lunes, 14 de enero de 2019

98. ¿Quería Dios la muerte de su propio Hijo?


No se llegó a la muerte violenta de Jesús por desgraciadas circunstancias externas. Jesús fue  «entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto» (Hch 2,23). Para que nosotros,  hijos del pecado y de la muerte, tengamos vida, el Padre del Cielo «a quien no conocía el pecado, lo  hizo pecado en favor nuestro» (2 Cor 5,21). La grandeza del sacrificio que Dios Padre pidió a su Hijo  corresponde sin embargo a la grandeza de la entrega de Cristo: «y ¿qué diré?: 'Padre, líbrame de esta  hora'. Pero si por esto he venido, para esta hora» (Jn 12,27). Por ambas partes se trata de un amor que  se demostró hasta el extremo en la Cruz. [599­609, 620] Para librarnos de la muerte, Dios se lanzó a una misión arriesgada: introdujo en nuestro mundo de muerte una  «medicina de la inmortalidad» (san Ignacio de Antioquía): su Hijo Jesucristo. El Padre y el Hijo eran aliados  inseparables en esta misión, dispuestos y deseosos de asumir sobre sí lo máximo por amor al hombre. Dios quería  llevar a cabo un intercambio para salvarnos para siempre. Quería darnos su vida eterna, para que gocemos de su  alegría, y quería sufrir nuestra muerte, nuestra desesperación, nuestro abandono, para estar en comunión con  nosotros en todo. Para amarnos hasta el final y más allá. La muerte de Cristo es la voluntad del Padre, pero no su  última palabra. Desde que Cristo murió por nosotros, podemos cambiar nuestra muerte por su vida.

599.   La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica san Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios. 

609.   Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita [la vida]; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 46; Mt 26, 53).

620. Nuestra salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque "Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Co 5, 19). 

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