lunes, 11 de noviembre de 2019

21. ¿Por qué los católicos prohíben la lectura de la Biblia?. Apologetica




OBJECIÓN:
Si la Biblia es la palabra de Dios, ¿Por qué los católicos se han opuesto a su difusión prohibiendo su lectura?

No negamos que ha habido casos de restricción por las arbitrariedades de algunos, que han querido interpretar a su antojo la Biblia. Pero no hay que generalizar estas precauciones, ni hay motivo para llamarlas «prohibiciones» sin atender a la historia.

La Iglesia Católica, que Jesús fundó sobre el cimiento de los Apóstoles, siempre ha difundido la palabra de Dios, porque recibió esta consigna de parte del mismo Cristo. Esto se expresa claramente en Mt 28, 19 y Mc 16, 15.

En el s. IV, san Jerónimo realizó la traducción de la Biblia a la lengua hablada por el pueblo, el latín; durante la Edad Media, los monjes empleaban gran parte del día transcribiendo textos de la Biblia. Con acciones como éstas, la Sagrada Escritura podía llegar a más personas, y no sólo a unos cuantos entendidos.

Los libros y sermones de esa época que han llegado hasta nosotros, están saturados de textos bíblicos, tan atinadamente comentados, que asombran a los estudiosos de hoy. Cincuenta y cuatro años antes que Martín Lutero publicara en alemán el Nuevo Testamento, los católicos de Alemania habían empezado a traducir la Biblia. Cuando Lutero dio a la imprenta su «traducción», ya había en alemán 19 ediciones de la Biblia, obras todas de los católicos, según se lee en la «Historia de Alemania» de Janssen. Y toda Europa se vio favorecida por el trabajo de los traductores católicos. Desde el 1450 hasta 1520 se publicaron 156 ediciones en latín, 6 de hebreo y 26 en diferentes lenguas europeas, incluyendo el ruso.

También existen numerosos escritos de los papas, en los que se recomienda la lectura de la Biblia. En 1788, Pío VI escribía al arzobispo de Florencia:

«Te alabo la feliz idea de hacer circular por la masa del pueblo ejemplares de la Biblia. Ella será el antídoto contra esa peste de libros infames, tan divulgados y leídos hoy, hasta por el vulgo ignorante. La Sagrada Escritura es un manantial riquísimo del que se puede y debe sacar en abundancia pureza de doctrina, con la que se han de mejorar las costumbres y se han de arrancar de raíz los errores.»

Pocos años más tarde, Pío VII escribió a los Vicarios Apostólicos de Inglaterra una carta concebida en idénticos términos. En 1893, León XIII escribió una Encíclica sobre la Biblia en la que nos urge a poner en ella la debida atención:

«Bebamos en esa gran fuente de revelación católica, que debe ser asequible a todo el rebaño de Jesucristo; fuente purísima de aguas siempre cristalinas, porque no sufriremos jamás el menor atentado de enturbiarlas o corromperlas. Con la lectura de la Biblia se ilumina y robustece la inteligencia, el corazón se enciende y todo el hombre se resuelve a progresar en la virtud y en el amor Divino.»

Como se ve por estos pocos documentos, la Iglesia Católica siempre ha difundido la Biblia según las circunstancias y los tiempos lo exijan.



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