lunes, 14 de enero de 2019

106. ¿Hay pruebas de la. Resurrección de Jesús?



No hay pruebas de su Resurrección en el sentido de las ciencias positivas.  Pero, como hecho histórico y trascendente a la vez, dio lugar a testimonios  individuales y colectivos muy poderosos, por parte de un gran número de  testigos de los acontecimientos de Jerusalén. [639­644,647,656­657] El testimonio escrito más antiguo de la Resurrección es una carta que escribió san  Pablo a los Corintios aproximadamente veinte años después de la muerte de Cristo:  «Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por  nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día,  según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se  apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía,  otros han muerto» (1 Cor 15,3­6). Pablo informa aquí de una tradición viva, que él se  encontró en la comunidad primitiva, cuando uno o dos años después de la Muerte y  Resurrección de Jesús llegó él mismo a ser cristiano a causa de su propio encuentro  deslumbrante con el Señor resucitado. Como primer indicio de la realidad de la  Resurrección entendieron los discípulos el hecho de la tumba vacía (Lc 24,5­6). y  precisamente fueron mujeres, que según el derecho entonces vigente no eran testigos  válidos, las que la descubrieron. Aunque se dice del  Apóstol Juan, ya ante la tumba  vacía, que «vio y creyó» (Jn 20,8b), la certeza de que Jesús estaba vivo sólo se afianzó  por medio de gran número de apariciones. La multitud de encuentros con el  Resucitado acabaron con la Ascensión de Cristo a los cielos. Sin embargo hubo después  y hay hoy encuentros con el Señor resucitado: Cristo vive.

639.   El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce" (1 Co 15, 3-4). El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibi

647.   "¡Qué noche tan dichosa –canta el Exultet de Pascua–, sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!". En efecto, nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia. Por eso, Cristo resucitado no se manifiesta al mundo (cf. Jn 14, 22) sino a sus discípulos, "a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo" (Hch 13, 31). 
 
 
657.   El sepulcro vacío y las vendas en el suelo significan por sí mismas que el cuerpo de Cristo ha escapado por el poder de Dios de las ataduras de la muerte y de la corrupción. Preparan a los discípulos para su encuentro con el Resucitado. 

105.¿Cómo llegaron a creer los discípulos que Jesús había resucitado?



Los discípulos, que antes habían perdido toda esperanza,  llegaron a creer en la Resurrección de Jesús porque lo  vieron de formas diferentes después de su muerte,  hablaron con .él y experimentaron que estaba vivo. [640644,656] Los acontecimientos de la Pascua, que ocurrieron hacia el año 30  en Jerusalén, no son ninguna historia inventada. Bajo la  impresión de la muerte de Jesús y de la derrota de su causa  común, los discípulos huyeron («Nosotros esperábamos que él iba  a liberar a Israel», Lc 24,21) o se refugiaron tras las puertas  cerradas. Sólo el encuentro con Cristo resucitado los liberó de su  espanto y los llenó de una fe entusiasta en Jesucristo, el Señor de  la vida y de la muerte.

640.   "¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc 24, 12). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf. Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn 11, 44). 

644.   Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24, 39). "No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados" (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf. Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por esto la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un "producto" de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació –bajo la acción de la gracia divina– de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado. 

656.   La fe en la Resurrección tiene por objeto un acontecimiento a la vez históricamente atestiguado por los discípulos que se encontraron realmente con el Resucitado, y misteriosamente transcendente en cuanto entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios. 

104.¿Se puede ser cristiano sin creer en la  Resurrección de Cristo?



No. «Si Cristo no ha resucitado, vana es  nuestra predicación y vana también vuestra  fe» (1 Cor 15,14). [631,638,651]

631.  "Jesús bajó a las regiones inferiores de la tierra. Este que bajó es el mismo que subió" (Ef  4, 9-10). El Símbolo de los Apóstoles confiesa en un mismo artículo de fe el descenso de Cristo a los infiernos y su Resurrección de los muertos al tercer día, porque es en su Pascua donde, desde el fondo de la muerte, Él hace brotar la vida: 

638.   "Os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús (Hch 13, 32-33). La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz: 
Cristo ha resucitado de los muertos, con su muerte ha vencido a la muerte. Y a los muertos ha dado la vida. 
(Liturgia bizantina: Tropario del día de Pascua) 

651.  "Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe"(1 Co 15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido

103.¿Murió Jesús realmente o quizás pudo resucitar  precisamente porque sólo había sufrido la muerte en  apariencia? 


Jesús murió realmente en la Cruz; su cuerpo fue  enterrado. Esto lo atestiguan todas las fuentes.  [627] En Jn 19,33ss los soldados comprueban expresamente la  muerte de Jesús: abren el costado de Jesús muerto con  una lanza y ven que salen sangre yagua. Además se dice  que a los crucificados con él les quebraron las piernas,  una medida para acelerar el proceso de la muerte; esta  medida ya no era necesaria en el caso de Jesús en el  momento en cuestión, porque él ya estaba muerto.

627.   La muerte de Cristo fue una verdadera muerte en cuanto que puso fin a su existencia humana terrena. Pero a causa de la unión que la persona del Hijo conservó con su cuerpo, éste no fue un despojo mortal como los demás porque "no era posible que la muerte lo dominase" (Hch 2, 24) y por eso "la virtud divina preservó de la corrupción al cuerpo de Cristo" (Santo Tomás de Aquino, S.th., 3, 51, 3, ad 2). De Cristo se puede decir a la vez: "Fue arrancado de la tierra de los vivos" (Is 53, 8); y: "mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en la mansión de los muertos ni permitirás que tu santo experimente la corrupción" (Hch 2, 26-27; cf. Sal 16, 910). La Resurrección de Jesús "al tercer día" (1Co 15, 4; Lc 24, 46; 
cf. Mt 12, 40;  Jon 2, 1; Os 6, 2) era el signo de ello, también porque se suponía que la corrupción se manifestaba a partir del cuarto día (cf. Jn 11, 39). 
"

102.¿Por qué debemos nosotros también aceptar el sufrimiento en nuestra vida  y así «cargar con la cruz» y con ello seguir a Jesús?



Los cristianos no tienen que buscar el dolor, pero cuando se  enfrentan a un dolor que no se puede evitar, éste puede cobrar  sentido para ellos si unen su dolor al dolor de Cristo: «Cristo  padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus  huellas» (1 Pe 2,21). [618] Jesús dijo: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo,  que cargue con su cruz y me siga» (Mc 8,34). Los cristianos tienen la tarea  de mitigar el dolor en el mundo. Sin embargo, siempre habrá dolor. En la  fe podemos aceptar nuestro propio dolor y compartir el ajeno. De este modo  el dolor humano se hace uno con el amor redentor de Cristo y con ello se  hace parte de la fuerza divina que transforma el mundo hacia el bien

618.   La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2) Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida [...] se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). Él llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque Él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35): 
«Esta es la única verdadera escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al cielo» (Santa Rosa de Lima, cf. P. Hansen, Vita mirabilis, Lovaina, 1668) 

101. ¿Por qué tuvo Jesús que redimirnos precisamente en la Cruz?



La Cruz, en la que Jesús inocente fue ajusticiado cruelmente, es  el lugar de la máxima humillación y abandono. Cristo, nuestro  Redentor, eligió la Cruz para cargar con la culpa del mundo y  sufrir el dolor del mundo. De este modo, mediante su amor  perfecto, ha conducido de nuevo el mundo a Dios. [613­617,622623] Dios no nos podía mostrar su amor de un modo más penetrante que  dejándose clavar en la Cruz en la persona del Hijo. La cruz era el  instrumento de ejecución más vergonzoso y más cruel de la Antigüedad.  Los ciudadanos romanos no podían ser crucificados por grandes que  hubieran sido sus culpas. De este modo Dios penetra en lo más profundo  del dolor humano. Desde entonces ya nadie puede decir: «Dios no sabe lo  que yo sufro».

613.   La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "Cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con Él por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28; cf. Lv 16, 15-16). 

617.   Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justificationem meruit  ("Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación"), enseña el Concilio de Trento (DS, 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: O crux, ave, spes única ("Salve, oh cruz, única esperanza"; Añadidura litúrgica al himno "Vexilla Regis": Liturgia de las Horas). 

622.   La redención de Cristo consiste en que Él "ha venido a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28), es decir "a amar a los 
suyos [...] hasta el extremo" (Jn 13, 1) para que ellos fuesen "rescatados de la conducta necia heredada de sus padres" (1 P 1, 18). 

623.   Por su obediencia amorosa a su Padre, "hasta la muerte [...] de cruz" (Flp 2, 8), Jesús cumplió la misión expiatoria (cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que "justifica a muchos cargando con las culpas de ellos" (Is 53, 11; cf. Rm 5, 19). 
 

100.¿Tuvo Jesús miedo ante la muerte en el Huerto de los  Olivos, la noche antes de morir?



Puesto que Jesús era verdaderamente hombre,  experimentó en el Huerto de los Olivos  verdaderamente el miedo humano ante la  muerte. [612] Con las mismas fuerzas humanas que tenemos todos  nosotros Jesús tuvo que luchar por su asentimiento  interior a la voluntad del Padre de dar su vida para  la vida del mundo. En su hora más difícil,  abandonado por todo el mundo e incluso por sus  amigos, Jesús se decidió finalmente por un sí. «Padre  mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba,  hágase tu voluntad» (Mt 26,42) 476

612.   El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive", Viventis assumpta (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1 P 2, 24). 



99. ¿Qué sucedió en la Última Cena?



Jesús lavó los pies a sus discípulos la víspera de su  muerte; instituyó la  EUCARISTÍA e inauguró el  sacerdocio de la Nueva Alianza. [610­611] Jesús mostró su amor hasta el extremo de tres maneras: lavó  los pies a sus discípulos y mostró que está entre nosotros como  el que sirve (cf. Lc 22,27). Anticipó simbólicamente su muerte  redentora, pronunciando sobre los dones del pan y del vino  estas palabras: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por  vosotros» (Lc 22,19s). De este modo instituyó la Sagrada   EUCARISTÍA. Y al mandar a sus APÓSTOLES: «Haced esto  en memoria mía» (1 Cor 11,24b), los convirtió en sacerdotes de  la Nueva Alianza. 208­223

610.   Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los doce Apóstoles (cf. Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado" (1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28). 

611.  La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Concilio de Trento: DS, 1752; 1764).

98. ¿Quería Dios la muerte de su propio Hijo?


No se llegó a la muerte violenta de Jesús por desgraciadas circunstancias externas. Jesús fue  «entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto» (Hch 2,23). Para que nosotros,  hijos del pecado y de la muerte, tengamos vida, el Padre del Cielo «a quien no conocía el pecado, lo  hizo pecado en favor nuestro» (2 Cor 5,21). La grandeza del sacrificio que Dios Padre pidió a su Hijo  corresponde sin embargo a la grandeza de la entrega de Cristo: «y ¿qué diré?: 'Padre, líbrame de esta  hora'. Pero si por esto he venido, para esta hora» (Jn 12,27). Por ambas partes se trata de un amor que  se demostró hasta el extremo en la Cruz. [599­609, 620] Para librarnos de la muerte, Dios se lanzó a una misión arriesgada: introdujo en nuestro mundo de muerte una  «medicina de la inmortalidad» (san Ignacio de Antioquía): su Hijo Jesucristo. El Padre y el Hijo eran aliados  inseparables en esta misión, dispuestos y deseosos de asumir sobre sí lo máximo por amor al hombre. Dios quería  llevar a cabo un intercambio para salvarnos para siempre. Quería darnos su vida eterna, para que gocemos de su  alegría, y quería sufrir nuestra muerte, nuestra desesperación, nuestro abandono, para estar en comunión con  nosotros en todo. Para amarnos hasta el final y más allá. La muerte de Cristo es la voluntad del Padre, pero no su  última palabra. Desde que Cristo murió por nosotros, podemos cambiar nuestra muerte por su vida.

599.   La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica san Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios. 

609.   Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita [la vida]; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 46; Mt 26, 53).

620. Nuestra salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque "Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Co 5, 19). 

97. ¿Son culpables los judíos de la muerte de Jesús?



Nadie puede atribuir a «los judíos» una culpa colectiva en la  muerte de Jesús. Lo que la Iglesia confiesa con certeza, por el  contrario, es la responsabilidad de todos los pecadores en la  muerte de Jesús. [597­598] El anciano profeta Simeón predijo que Jesús llegaría a ser «signo de  contradicción» (Lc 2,34b). Existió el rechazo decidido de Jesús por  parte de las autoridades judías, pero entre los fariseos, por ejemplo,  hubo también partidarios secretos de Jesús, como Nicodemo y José de  Arimatea. En el proceso de Jesús estuvieron implicadas diferentes  personas y autoridades romanas y judías (Caifás, Judas, el Sanedrín,  Herodes, Poncio Pilato), cuya culpa individual sólo Dios conoce. La  tesis de que todos los judíos de entonces o los que viven actualmente  sean culpables de la muerte de Jesús es absurda y no se sostiene  según la Biblia. 135

597.   Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato), lo cual solo Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada (cf. Mc 15, 11) y de las acusaciones colectivas contenidas en las exhortaciones a la conversión después de Pentecostés (cf. Hch 2, 23. 36; 3, 13-14; 4, 10; 5, 30; 7, 52; 10, 39; 13, 27-28; 1 Ts 2, 14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34) y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de los judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Menos todavía se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el tiempo y en el espacio, apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que equivale a una fórmula de ratificación (cf. Hch 5, 28; 18, 6): 
Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II: «Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy [...] No se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la sagrada Escritura» (NA 4). 

598.   La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos, no ha olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor" (Catecismo Romano, 1, 5, 11; cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4-5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, 
responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos: 
«Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia" (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de Él con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre Él nuestras manos criminales» (Catecismo Romano, 1, 5, 11). 
«Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados» (S. Francisco de Asís, Admonitio, 5, 3).

96. ¿Por qué se condenó a un hombre de paz como Jesús  a morir en la cruz?



Jesús colocó a su entorno ante una cuestión  decisiva: o bien él actuaba con poder divino, o  bien era un impostor, un blasfemo, un  infractor de la ley, y debía  rendir cuentas por  ello según la ley. [574­576] En muchos aspectos Jesús fue una provocación  única para el judaísmo tradicional de su tiempo.  Perdonaba pecados, lo que sólo puede hacer Dios;  relativizaba el mandamiento del sábado; se hacía  sospechoso de blas­femia y se le reprochaba ser un  falso profeta. Para todos estos delitos la ley preveía  la pena de muerte.

574.   Desde los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle (cf. Mc 3,6). Por algunas de sus obras (expulsión de demonios, cf. Mt 12,24; perdón de los pecados, cf. Mc 2, 7; curaciones en sábado, cf. Mc 3,1-6; interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley, cf. Mc 7,14-23; familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos, cf. Mc 2,14-17), Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de posesión diabólica (cf. Mc 3, 22; Jn 8, 48; 10, 20). Se le acusa de blasfemo (cf. Mc 2, 7; Jn 5,18; 10, 33) y de falso profetismo (cf. Jn 7, 12; 7, 52), crímenes religiosos que la Ley castigaba con pena de muerte a pedradas (cf. Jn 8, 59; 10, 31). 

576.   A los ojos de muchos en Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido: 
–  contra la sumisión a la Ley en la integridad de sus prescripciones escritas, y, para los fariseos, según la interpretación de la tradición oral. 
– contra el carácter central del Templo de Jerusalén como lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada. 
–  contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre puede compartir. 
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lunes, 7 de enero de 2019

95. ¿Por qué eligió Jesús la fecha de la fiesta judía de la Pascua para su  Muerte y Resurrección?



Jesús eligió la fiesta de la Pascua de su pueblo como símbolo de  lo que iba a suceder con él en la Muerte y Resurrección. Al  igual que el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud de  Egipto, así también nos libera Cristo de la esclavitud del  pecado y del poder de la muerte. [571­573] La fiesta de la Pascua era la fiesta de la liberación de Israel de la  esclavitud en Egipto. Jesús subió a Jerusalén para liberarnos a  nosotros de un modo aún más hondo. Celebró con sus discípulos el  banquete de la Pascua. Durante esta celebración él mismo se convirtió  en cordero pascual. Como «nuestra víctima pascual» (1 Cor 5,7b) ha  sido inmolado, para, de una vez para siempre, establecer la  reconciliación definitiva entre Dios y los hombres. 171

571.  El Misterio Pascual de la cruz y de la resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstoles, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez por todas" (Hb 9, 26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo. 

573.   Por lo tanto, la fe puede escrutar las circunstancias de la muerte de Jesús, que han sido transmitidas fielmente por los evangelios (cf. DV 19) e iluminadas por otras fuentes históricas, a fin de comprender mejor el sentido de la Redención. 

94. ¿Sabía Jesús que iba a morir cuando entró en  Jerusalén?



Sí. Jesús había anunciado en tres ocasiones  su Pasión y su Muerte, antes de dirigirse  consciente y voluntariamente (Lc 9,51) al  lugar de su Pasión y de su Resurrección.  [557­560,569­570]


560.   La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la gran Semana Santa. 

569.   Jesús ha subido voluntariamente a Jerusalén sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta a causa de la contradicción de los pecadores (cf. Hb 12,3). 

570.   La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías, recibido en su ciudad por los niños y por los humildes de corazón, va a llevar a cabo por la Pascua de su Muerte y de su Resurrección.

93. ¿Por qué se transfiguró Jesús en el monte?



El Padre quería manifestar ya en la vida terrena  de Jesús la gloria divina de su Hijo. La  Transfiguración de Cristo tenía que ayudar  después a los discípulos a comprender su muerte y  resurrección. [554­556, 568] Tres evangelios relatan cómo Jesús, en la cumbre de un  monte, a la vista de sus discípulos, comienza a brillar (se  «transfigura»). La voz del Padre celestial llama a Jesús  «el Hijo amado», a quien hay que escuchar. Pedro quiere  «hacer tres tiendas» y retener el momento. Pero Jesús  está en camino hacia su Pasión. Se trata sólo de  fortalecer a sus discípulos

554.   A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir [...] y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.; 2 P 1, 16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: "Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9, 35). 

556.   En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración": nuestro Bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 3, q. 45, a. 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22): 
«Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?» (San Agustín, Sermo, 78, 6: PL 38, 492-493)

568.   La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los apóstoles ante la proximidad de la Pasión: la subida a un "monte alto" prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: "la esperanza de la gloria" (Col 1, 27) (cf. San León Magno, Sermo 51, 3: PL 54, 310C). 

92. ¿Para qué llamó Jesús a los apóstoles?



Jesús tenía un gran circulo de discípulos a su alrededor, eran hombres y  mujeres. De ese círculo elige a doce hombres, a los que llamó APÓSTOLES  (Lc 6,12­16). Los apóstoles recibieron de él una formación especial y  diferentes tareas: «y los envió a proclamar el reino de Dios y a curar» (Lc  9,2). Jesús llevó consigo sólo a estos doce apóstoles a la última cena, donde  les encargó: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19b). [551­553,567] Los apóstoles se convirtieron en testigos de la Resurrección y garantes de su verdad.  Después de la muerte de Jesús continuaron su misión. Eligieron a sucesores para su  ministerio: los  OBISPOS. Los sucesores de los apóstoles ejercen en nuestros días los  poderes otorgados por Jesús: gobiernan, enseñan y celebran los misterios divinos. La  unión de los apóstoles se convirtió en el fundamento de la unidad de la Iglesia (  SUCESIÓN APOSTÓLICA). Entre los Doce destaca una vez más Pedro, a quien Jesús  le otorgó una autoridad especial: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi  Iglesia» (Mt 16,18). En esta posición especial de Pedro entre los apóstoles tiene su  origen el ministerio del Papa. 137


551.  Desde el comienzo de su vida pública Jesús eligió unos hombres en número de doce para estar con Él y participar en su misión (cf. Mc 3, 13-19); les hizo partícipes de su autoridad "y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar" (Lc 9, 2). Ellos permanecen para siempre asociados al Reino de Cristo porque por medio de ellos dirige su Iglesia: 
«Yo, por mi parte, dispongo el Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Lc 22, 2930). 

553.   Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: "A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (Jn 10, 11) confirmó este encargo después de su resurrección: "Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 15-17). 

567.   El Reino de los cielos ha sido inaugurado en la tierra por Cristo. "Se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo" (LG 5). La Iglesia es el germen y el comienzo de este Reino. Sus llaves son confiadas a Pedro. 
 

91. ¿Por qué hizo Jesús milagros?



Los milagros que hizo Jesús eran signos del comienzo del  reino de Dios. Eran expresión de su amor a los hombres y  confirmaban su misión. [547­550] Los milagros de Jesús no eran una representación mágica. Él estaba  lleno del poder del amor salvífica de Dios. Por medio de los milagros,  Jesús muestra que es el Mesías y que el reino de Dios comienza en él.  De este modo se podía experimentar el inicio del nuevo mundo:  liberaba del hambre (Jn 6,5­15), de la injusticia (Lc 19,8), de la  enfermedad y la muerte (Mt 11,5). Mediante la expulsión de  demonios comenzó su victoria contra el «príncipe de este mundo» (Jn  12,31; se refiere a Satanás). Sin embargo, Jesús no suprimió toda  desgracia y todo mal de este mundo. Se fijó especialmente en la  liberación del hombre de la esclavitud del pecado. Le importaba ante  todo la fe que suscitaba a través de los milagros. 241­242


547.   Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf. Lc 7, 18-23). 

550.   La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf. Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: Regnavit a ligno Deus ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", [Venancio Fortunato, Hymnus "Vexilla Regis": MGH 1/4/1, 34: PL 88, 96]). 

90. ¿Hizo Jesús milagros o son sólo cuentos piadosos?


Jesús hizo verdaderos milagros, así como los APÓSTOLES. Los  autores del Nuevo Testamento se refieren a sucesos reales. [547550] Ya las fuentes más antiguas nos informan de numerosos milagros, incluso  de resurrecciones de muertos, como confirmación del anuncio de Jesús:  «Pero si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que ha llegado  a vosotros el reino de Dios» (Mt 12,28). Los milagros suce­dieron en  lugares públicos, las personas afectadas eran conocidas a veces incluso por  su nombre, por ejemplo el ciego 8artimeo (Mc 10,46­52) o la suegra de  Pedro (Mt 8,14­15). También hubo milagros que representaban para el  entorno judío delitos escandalosos (por ejemplo la curación de un paralítico  en  SÁBADO, la curación de leprosos), y que, sin embargo, no fueron  negados por los judíos contemporáneos de Jesús.

547.   Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf. Lc 7, 18-23)

550.   La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf. Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: Regnavit a ligno Deus ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", [Venancio Fortunato, Hymnus "Vexilla Regis": MGH 1/4/1, 34: PL 88, 96]). 

89. ¿A quién promete Jesús el «reino de Dios»?



Dios quiere «que todos se salven y lleguen al conocimiento de la  verdad» (1 Tim 2,4). El «reino de Dios» comienza en las personas que se  dejan transformar por el amor de Dios. Según la experiencia de Jesús  son sobre todo los pobres y los pequeños. [541­546,567] Incluso las personas que están alejadas de la Iglesia encuentran fascinante que  Jesús, con una especie de amor preferencial, se dirija primero a los excluidos  sociales. En el sermón de la montaña son los pobres y los que lloran, las  víctimas de la persecución y de la violencia, todos los que buscan a Dios con un  corazón puro, todos los que buscan su misericordia, su justicia y su paz, los que  tienen un acceso preferente al reino de Dios. Los pecadores son especialmente  invitados: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a  llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2,17).

541.  "Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). "Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos" (LG 3). Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar a los hombres a la participación de la vida divina" (LG 2). Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este Reino" (LG 5)

546.   Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 4445); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15). 

567.   El Reino de los cielos ha sido inaugurado en la tierra por Cristo. "Se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo" (LG 5). La Iglesia es el germen y el comienzo de este Reino. Sus llaves son confiadas a Pedro. 



88. ¿Por qué fue tentado Jesús? ¿Acaso podía ser  tentado realmente?



A la verdadera humanidad de Jesús  pertenece la posibilidad de ser tentado.  Pues en Jesús no tenemos un salvador  «incapaz de compadecerse de nuestras  debilidades, sino que ha sido probado en  todo, como nosotros, menos en el pecado»  (Heb 4,15). [538­540, 566]

538.   Los evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu" al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1, 12-13). Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él "hasta el tiempo determinado" (Lc 4, 13). 

540.   La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf. Mt 16, 21-23) le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al Tentador en beneficio nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto.

566.   La tentación en el desierto muestra a Jesús, humilde Mesías que triunfa de Satanás mediante su total adhesión al designio de salvación querido por el Padre. 

87. ¿Por qué Jesús se dejó bautizar por Juan, aunque no tenía pecado?


Bautizar significa sumergir. En su bautismo, Jesús se sumergió en la  historia de pecado de toda la humanidad. Con ello instituyó un signo.  Para redimirnos de nuestros pecados sería sumergido un día en la  muerte, pero por el poder de su Padre sería despertado de nuevo a la  vida. [535­537, 565] Los pecadores —soldados, prostitutas, publicanos— salían al encuentro de Juan  el Bautista, porque buscaban «el bautismo de conversión para perdón de los  pecados» (Lc 3,3). En realidad, Jesús no necesitaba este bautismo, pues él no  tenía pecado. El hecho de que se sometiera a este bautismo nos demuestra dos  cosas. Jesús toma sobre sí nuestros pecados. Jesús ve su bautismo como  anticipación de su Pasión y su Resurrección. Ante este gesto de su disponibilidad  a morir por nosotros, se abre el cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado» (Lc 3,22b).

535.   El comienzo (cf. Lc 3, 23) de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán (cf. Hch 1, 22). Juan proclamaba "un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (Lc 3, 3). Una multitud de pecadores, publicanos y soldados (cf. Lc 3, 10-14), 
fariseos y saduceos (cf. Mt 3, 7) y prostitutas (cf. Mt 21, 32) viene a hacerse bautizar por él. "Entonces aparece Jesús". El Bautista duda. Jesús insiste y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que él es "mi Hijo amado" (Mt 3, 13-17). Es la manifestación ("Epifanía") de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios. 

537.   Por el Bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4): 
«Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados con él» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 40, 9: PG 36, 369). «Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios» (San Hilario de Poitiers, In evangelium Matthaei, 2, 6: PL 9, 927). 

565.   Desde el comienzo de su vida pública, en su bautismo, Jesús es el "Siervo" enteramente consagrado a la obra redentora que llevará a cabo en el "bautismo" de su pasión. 
 
 

86. ¿Por qué Jesús no se manifestó nunca en público a lo largo  de treinta años de su vida?


Jesús quería compartir con nosotros su vida y  santificar con ello nuestra vida cotidiana. [531­534,  564] Jesús fue un niño que recibió de sus padres amor y afecto y  fue educado por ellos. De este modo creció «en sabiduría, en  estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (lc 2,5152); perteneció a una comunidad rural judía y participó en  los rituales religiosos; aprendió un oficio artesanal y tuvo  que mostrar en él sus capacidades. El hecho de que Dios  quisiera, en Jesús, nacer en una familia humana y crecer en  ella, ha hecho de la familia un lugar de Dios y la ha  convertido en prototipo de la comunidad solidaria.

531.  Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios (cf. Ga 4, 4), vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba "sometido" a sus padres y que "progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2, 51-52). 

534.   El hallazgo de Jesús en el Templo (cf. Lc 2, 41-52) es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever en ello el misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: "¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?" María y José "no comprendieron" esta palabra, pero la acogieron en la fe, y María "conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón", a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida ordinaria.

564.   Por su sumisión a María y a José, así como por su humilde trabajo durante largos años en Nazaret, Jesús nos da el ejemplo de la santidad en la vida cotidiana de la familia y del trabajo. 

85. ¿Porqué María es también nuestra madre?



María es nuestra madre porque Cristo, el  Señor, nos la dio como madre. [963­966,973] «Mujer, ahí tienes a tu hijo». «Ahí tienes a tu  madre» (Jn 19,26b­27a). En estas palabras que  Jesús dirigió a Juan desde la cruz ha entendido  siempre la Iglesia que Jesús confiaba toda la  Iglesia a María. De este modo María es también  nuestra madre. Podemos invocarla y suplicar su  intercesión ante Dios. 147­149

963.   Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. «Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor [...] más aún, "es verdaderamente la Madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza" (LG 53; cf. San Agustín, De sancta virginitate 6, 6)"». "María [...], Madre de Cristo, Madre de la Iglesia" (Pablo VI, Discurso a los padres conciliares al concluir la tercera sesión del Concilio Ecuménico, 21 de noviembre de 1964). 

966.   "Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59; cf. Pío XII, Const. ap. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos: 
«En el parto te conservaste Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Alcanzaste la fuente de la Vida porque concebiste al Dios viviente, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas (Tropario en el día de la Dormición de la Bienaventurada Virgen María). 

973. Al pronunciar el Fiat de la Anunciación y al dar su consentimiento al misterio de la Encarnación, María colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde Él es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.