domingo, 25 de noviembre de 2018

51. Si Dios lo sabe todo, ¿por qué no impide entonces el mal?



«Dios permite el mal sólo para hacer surgir de él algo mejor» (Santo Tomás de  Aquino). [309­314,324] El mal en el mundo es un misterio oscuro y doloroso. El mismo Crucificado preguntó a su  Padre: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Hay muchas cosas  incomprensibles. Pero tenemos una certeza: Dios es totalmente bueno. Nunca puede ser el  causante de algo malo. Dios creó el mundo bueno, pero éste no es aún perfecto. En medio de  rebeliones violentas y de procesos dolorosos se desarrolla hasta su consumación definitiva.  De este modo se puede situar mejor lo que la Iglesia denomina el mal físico, por ejemplo, una  minusvalía de nacimiento o una catástrofe natural. Por el contrario, los males morales  vienen al mundo por el abuso de la libertad. El «infierno en la tierra» (niños soldado, ataques  de terroristas suicidas, campos de concentración) es obra de los hombres la mayoría de las  veces. Por eso la cuestión decisiva no es: «¿Cómo se puede creer en un Dios bueno cuando  existe tanto mal?», sino: «¿Cómo podría un hombre con corazón y razón, soportar la vida en  este mundo si no existiera Dios?». La Muerte y la Resurrec­ción de Jesucristo nos muestran  que el mal no tuvo la primera palabra y no tiene tampoco la última. Del peor de los males  hizo Dios salir el bien absoluto. Creemos que en el Juicio Final Dios pondrá fin a toda  injusticia. En la vida del mundo futuro el mal ya no tiene lugar y el dolor acabará. 40, 286287

309.   Si Dios Padre todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal. 

324.   La permisión divina del mal físico y del mal moral es misterio que Dios esclarece por su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado para vencer el mal. La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la vida eterna. 

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