OBJECIÓN:
¿Por qué es malo cargar amuletos, consultar adivinos y decir
fórmulas mágicas?
La superstición es la desviación del sentimiento religioso y
de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que
damos al verdadero Dios, cuando se atribuye una importancia,
de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte,
legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola
materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales,
prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es
caer en la superstición (cf. Mt 23, 16-22). (CIC 2111).
La superstición es contraria al primer mandamiento: «Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu mente» (Dt 6, 5; Mt 22, 37). Las supersticiones
basadas en el pensamiento mágico o en una religiosidad degradada,
instrumental y embaucadora es contraria a la verdadera
religion y son realidades incompatibles. Sin embargo, existen
católicos que «sin quererlo», por ignorancia, las practican
de modo habitual.
Efectivamente, la religión nos lleva hacia Dios, en cambio
la superstición acaba con nuestra fe en Dios porque tiende hacia
otra dirección. Santo Tomás afirma: «El culto al único y
verdadero Dios es algo propio de la religión. Luego, la superstición se
opone a la religión» (STh. II-II q 92 a.1). Lejos de hacer
un bien, las prácticas supersticiosas son esclavizantes.
Hay muchas y muy variadas formas de superstición. Entre
ellas podemos mencionar:
1. Superstición culto indebido a Dios. La devoción a los
santos es querida por Dios, a través de ellos vemos la grandeza de
su poder y amor hacia los hombres. Sin embargo, la devoción
popular que se tiene a algunas imágenes de santos se
desvirtúa por la intención pretendida, pues, se colocan en
las casas o en los negocios no con el fin de imitar sus virtudes o
por que se conozca su vida ejemplar y se quiera orar con ellos
y pedir su intercesión; sino con el fin de obtener buena suerte,
éxito en los negocios, conseguir novio (a), alejar el mal y
atraer el bien. Tal es el caso de la falsa devoción a «san Juditas»,
san Martín Caballero, san Antonio, san Charbel, etc., lamentablemente
son ejemplo típico de una religiosidad desviada,
puesto que se les ve como amuletos y no como a santos que
son.
2. Superstición por adivinación. Es la pretensión de conocer
lo que está más allá del poder normal de la inteligencia y de la fe,
para beneficiarse o dañar a otros; mediante la invocación a
los muertos, el espiritismo, la quiromancia, el tarot, la brujería, la
magia, la astrología en general, etc. Es la recurrencia a
los medios irracionales, antes mencionados para conocer el futuro o
cosas secretas, pero sólo llevan al engaño. Se ignora que
Dios es el Señor de la historia y de la vida que participa a través de
su Iglesia en la salvación de los hombres y que el verdadero
conocimiento de las cosas se alcanza mediante la investigación
y el estudio.
3. Superstición de las vanas observancias. Es la utilización
de signos vacíos de todo contenido -no pasar por debajo de una
escalera, no pisar objetos en forma de cruz, el uso de
colores en determinados días para obtener beneficios favorables, el
uso de números cabalísticos, pócimas y ungüentos para
obtener éxito, etc-. En este orden entran las técnicas esotéricas para
adquirir la «armonía interior» mediante fórmulas y símbolos;
«métodos de concentración»; poniendo en realidades humanas
la confianza que hay que poner sólo en Dios y en sus
sacramentos verdaderos.
4. Superstición como idolatría. Aquí estan los que ponen su
confianza en objetos que tienen un supuesto poder en sí mismos
o en el poder de ciertos elementos (metales, piedras,
pirámides magnéticas, fórmulas mágicas y encantamiento); amuletos y
talismanes (la pata de conejo, el ojo de venado, elefantes,
herraduras, sabila con listones rojos…). Es importante recordar
que ningún elemento tiene podere sobrenatural por sí mismo,
de manera mágica; quienes aseguran lo contrario son
charlatanes que se agregan al consumismo materialista de
nuestro tiempo, aprovechandose de la necesidad, ingenuidad e
ignoracia de mucha gente.
Ahora bien, la práctica de portar medallas -san Benito, la
Milagrosa…-, escapularios, reliquias, etc. o, pronunciar jaculatorias,
recitar oraciones sagradas, es buena y legítima si se llevan
o se pronuncian como una manera de reconocer y de expresar la
necesidad que tenemos del auxilio divino o como un modo de
reverenciar a Dios; pero puede ser una práctica supersticiosa si
ponemos nuestra confianza en la materia de la que están
hechos, en el hecho físico de llevarlos puestos, o en su
pronunciación como fórmulas mágicas.
En la Biblia, Dios prohíbe la superstición, porque al entregarse
a ellas, el hombre termina por destruirse a sí mismo y nunca
conocerá el verdadero amor de su Padre: «Cambiaron la verdad
de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la creatura
en vez del Creador» (Rm 1, 25; cf. Lv 19, 31; Dt 18, 11; Is
8, 19).
La Evangelización es el medio más eficaz para combatir todas
estas desviaciones que practica mucha gente, mucho más de
lo que imaginamos. La ignorancia de las verdades
fundamentales de la fe, la falta de evangelización y el descuido pastoral en
muchas parroquias, fomentan la proliferación de creencias
desviadas y el avance de las sectas en el pueblo catolico
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