12. ¿Por qué los católicos comen
animales impuros?
OBJECIÓN: La biblia dice
que algunos animales son impuros y no se pueden comer. ¿Por qué los católicos
no observan estas prohibiciones?
Es
verdad que en la Biblia hay una larguísima lista de animales que no pueden
comerse. Anotamos aquí algunas de las citas relativas: Lv 11, 1-3; Dt 14, 3-20.
En estos textos se habla de animales puros e impuros. La dificultad está en
observar la letra y no el espíritu de la palabra de Dios.
Esta
distinción se funda probablemente en que algunos animales estaban asociados a
los dioses subterráneos y demonios cananeos que producían horror a los
israelitas. También habían influido motivos higiénicos. El pueblo de Israel
reviste estas cosas de carácter religioso para distinguirse así de los otros
pueblos. Si la causa de la división de los animales no fuera la que aquí se
alude, sin duda ésta sí vino a fomentar en el judaísmo su separación de los
demás pueblos.
Los
israelitas se consideraban «puros» y a los paganos los consideraban «impuros».
Entre estos dos mundos no había posibilidades de comer en una misma mesa y de
tener relaciones familiares. Pero por encima de esta impureza ritual, los
profetas insisten en la purificación del corazón (Is 1, 16; Jr 33, 8; Sal 51,
12). En esta perspectiva se comprende mejor la visión de Pedro en Jope, en la
cual, el cristianismo dio término a esta división (Hch 10, 9-16).
A
propósito, de la impureza de las manos, objetada por los fariseos, Jesús
considera la cuestión de forma más general. La Ley atribuía impureza a algunos
alimentos (Lv 11), pero Jesús enseña que lo importante es la pureza moral:
«Luego Jesús llamó a la gente y dijo: escuchen y
entiendan: “Lo que entra por la boca del hombre no es lo que lo hace impuro, al
contrario, lo que hace impuro al hombre es lo que sale de su boca”» (Mt 15, 10-11). En Mc 7, 19b se
dice expresamente: «Con esto quiso decir que todos los alimentos son limpios».
San
Pablo en Ro 14, 14 afirma: «Yo sé que nada hay impuro en sí mismo; como creyente en el Señor Jesús,
estoy seguro de ello». Y,
refiriéndose directamente a los alimentos, declara sin ambigüedad en 1Tm 4,
3-5: «Pues todo lo que
Dios ha creado es bueno; y nada debe ser rechazado si lo aceptamos dando
gracias a Dios, porque la palabra de Dios y la oración lo hacen puro».
Después
de estos textos, no tiene sentido quedarse «bloqueado» por las enseñanzas del
Antiguo Testamento y no querer comprender que su verdadero sentido fue revelado
por Cristo, en el Nuevo. Todos los alimentos, absolutamente todos, son puros en
el Señor.
«Coman ustedes todo lo que se vende en la
carnicería, sin preguntar nada por motivos de conciencia; porque el mundo
entero, con todo lo que hay en él, es del Señor» (1Co 10, 25-27).
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