No. Nadie debe obligar a nadie a creer, ni siquiera a los
propios hijos; así como tampoco debe ningún hombre ser
obligado a la incredulidad. El hombre sólo puede
decidirse a creer en total libertad. Sin embargo, los
cristianos están llamados a ayudar a otras personas,
mediante la palabra y el ejemplo, a encontrar el camino
hacia la fe. [21042109, 2137]
El papa beato Juan Pablo II dice: «El anuncio y el testimonio de
Cristo, cuando se llevan a cabo respetando las conciencias, no
violan la libertad. La fe exige la libre adhesión del hombre, pero
debe ser propuesta» (encíclica Redemptoris Missio 8,1990)
2104. ―Todos los hombres [...] están obligados a buscar la verdad,
sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez
conocida, a abrazarla y practicarla‖ (DH 1). Este deber se desprende
de ―su misma naturaleza‖ (DH 2). No contradice al ―respeto sincero‖
hacia las diversas religiones, que ―no pocas veces reflejan, sin
embargo, [...] un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los
hombres‖ (NA 2), ni a la exigencia de la caridad que empuja a los
cristianos ―a tratar con amor, prudencia y paciencia a los hombres que
viven en el error o en la ignorancia de la fe‖ (DH 14).
2109. El derecho a la libertad religiosa no puede ser de suyo ni ilimitado
(cf. Pío VI, breve Quod aliquantum), ni limitado solamente por un ―orden
público‖ concebido de manera positivista o naturalista (cf. Pío IX, Carta
enc. Quanta cura"). Los ―justos límites‖ que le son inherentes deben ser
determinados para cada situación social por la prudencia política, según las
exigencias del bien común, y ratificados por la autoridad civil según ―normas
jurídicas, conforme con el orden moral objetivo‖ (DH 7)
2137. El hombre debe “poder profesar libremente la religión en
público y en privado” (DH 15)
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