JOSÉ ANACLETO
GONZALEZ FLORES
Ha sido proclamado patrono de los
Laicos mexicanos por la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos a través de un decreto
con fecha del día 11 de julio pasado.
¿Quién es el
nuevo patrono de los laicos mexicanos?
José Anacleto González Flores nació en Tepatitlán, Jalisco, el 13 de julio de 1888, en una familia muy pobre. En 1908 ingresó en el seminario auxiliar de San Juan de los Lagos, sobre salió en sus estudios llegando a suplir la ausencia de algún catedrático, lo que le ganó el apodo de: «Maistro Cleto».
Cuando terminó el
bachillerato comprendió que su vocación no era el sacerdocio ministerial e
ingresó en la Escuela de leyes en donde también destacó como pedagogo, orador,
catequista y líder social cristiano; escribió algunos libros y muchos artículos
periodísticos que aún se conservan y son un extraordinario testimonio de su
agudeza de pensamiento, conciencia del momento histórico en que vivió y
espíritu profético. Ayudó a fundar y propagar el periódico «Gladium» (espada), desde donde hicieron la defesa de la libertad religiosa de
modo intelectual; logrando con ellos el boicot de otros periódicos que no
hablaban con la verdad.
Contrajo
matrimonio en octubre de 1922 con María Concepción Guerrero con quien procreó 3
hijos, siendo esposo modelo y padre responsable. Una vez proclamada La Ley Calles,
tal como lo sugirió Mons. Francisco Orozco, propagó entre los católicos la
resistencia pacífica y civilizada a los ataques del Estado contra la Iglesia. Constituyó
la Unión Popular con miles de afiliados. En 1926 agotados los recursos legales
y cívicos habidos, y viendo la organización de la resistencia de los católicos
fuerte y organizada, Anacleto, apoyó los proyectos de la Liga nacional
defensora de la libertad religiosa, que acompañó con una intensa vida
espiritual de oración y comunión diaria. Su liderazgo lo
convirtió en enemigo del gobierno, por lo que pretendieron acabar con él para
debilitar La Liga.
La familia Vargas
González, le abrió las puertas de su casa, conscientes del grave peligro al que
se exponían. El 29 de marzo de 1927, pasó la noche con su familia, castigada
por la miseria, rezando y jugando con su esposa y sus hijitos. El 31 de marzo
de 1927 se confesó con un sacerdote que se encontraba de paso. Este sacerdote le
platicó la respuesta del arzobispo
de Durango, Mons. José María González y Valencia, cuando se le preguntó sobre
la moralidad de quienes se habían levantado en armas: «No habiendo ellos provocado la
agresión y habiendo después agotado todos los medios pacíficos para defender
los derechos verdaderamente irrenunciables para ellos y para sus hijos, como el
derecho de practicar su religión, quienes se levantan en armas pueden estar
tranquilos en su conciencia», a lo que Anacleto dijo: «Esto es lo que nos
faltaba. Ahora sí podemos estar tranquilos. Dios está con nosotros».
Se retiró a su cuarto, y
escribió lo siguiente: «El espectáculo que ofrecen los defensores de la
Iglesia es sencillamente sublime. El Cielo lo bendice, el mundo lo admira, el
infierno lo ve lleno de rabia y asombro, los verdugos tiemblan. Solamente los
cobardes no hacen nada… los ricos cierran sus manos para conservar su dinero,
ese dinero que los ha hecho tan inútiles y tan desgraciados… Hoy debemos dar a
Dios fuerte testimonio de que de veras somos católicos. Mañana será tarde,
porque mañana se abrirán los labios de los valientes para maldecir a los
flojos, cobardes y apáticos».
A las tres de la mañana
del 1 de abril, es apresado con todos los hombres que se encuentran en la casa.
Buscaban que Anacleto se reconociera cristero, denunciase a los que integraban
el movimiento armado y revelase el paradero de Mons. Orozco y Jiménez.
Reconoció su papel en el movimiento, pero nada dijo de sus camaradas ni del
Obispo. Los trasladaron al cuartel llamado «el colorado» fue
torturado: Lo colgaron de los dedos pulgares, le desollaron los pies, le
asentaron culatazos de fusil que sumieron su nariz y rompieron la boca.
Viendo que torturaban a
los otros grito: «¡Si quieren sangre aquí
está la mía!» Animaba a sus compañeros y decía a sus verdugos: «Vosotros me mataréis, pero sabed que
conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mí dispuestos a defenderla
hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto desde el
cielo, el triunfo de la religión en mi Patria».
A las 3 de la tarde antes
de ser ejecutado recitó el acto de contrición, luego se dirigió al General
Ferreira para decirle: «General, perdono
a usted de corazón; muy pronto nos veremos ante el tribunal divino; el mismo
Juez que me va a juzgar será su Juez; entonces tendrá usted un intercesor en mí
con Dios… Por segunda vez oigan las Américas este grito: “Yo muero, pero Dios
no muere”. ¡Viva Cristo Rey!». Anacleto tenía 38 años.
El 22 de junio de 2004, la Congregación para las Causas de
los Santos del Vaticano, en presencia del papa Juan Pablo II, promulgó su
beatificación junto con y de sus siete compañeros mártires. El 20 de noviembre
de 2005, en una ceremonia multitudinaria, fue beatificado en el Estadio Jalisco.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario