martes, 29 de octubre de 2019

¿Quién es el nuevo patrono de los laicos mexicanos?. NOTICIA




JOSÉ ANACLETO GONZALEZ FLORES ­­

Ha sido proclamado patrono de los Laicos mexicanos por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos a través de un decreto con fecha del día 11 de julio pasado.

¿Quién es el nuevo patrono de los laicos mexicanos?

José Anacleto González Flores nació en Tepatitlán, Jalisco, el 13 de julio de 1888, en una familia muy pobre. En 1908 ingresó en el seminario auxiliar de San Juan de los Lagos, sobre salió en sus estudios llegando a suplir la ausencia de algún catedrático, lo que le ganó el apodo de:
«Maistro Cleto».
Cuando terminó el bachillerato comprendió que su vocación no era el sacerdocio ministerial e ingresó en la Escuela de leyes en donde también destacó como pedagogo, orador, catequista y líder social cristiano; escribió algunos libros y muchos artículos periodísticos que aún se conservan y son un extraordinario testimonio de su agudeza de pensamiento, conciencia del momento histórico en que vivió y espíritu profético. Ayudó a fundar y pro­pagar el periódico «Gladium» (espada), desde donde hicieron la defesa de la libertad religiosa de modo intelectual; logrando con ellos el boicot de otros periódicos que no hablaban con la verdad.
Contrajo matrimonio en octubre de 1922 con María Concepción Guerrero con quien procreó 3 hijos, siendo esposo modelo y padre responsable. Una vez proclamada La Ley Calles, tal como lo sugirió Mons. Francisco Orozco, propagó entre los católicos la resistencia pacífica y civilizada a los ataques del Estado contra la Iglesia. Constituyó la Unión Popular con miles de afiliados. En 1926 agotados los recursos legales y cívicos habidos, y viendo la organización de la resistencia de los católicos fuerte y organizada, Anacleto, apoyó los proyectos de la Liga nacional defensora de la libertad religiosa, que acompañó con una intensa vida espiritual de oración y comunión diaria. Su liderazgo lo convirtió en enemigo del gobierno, por lo que pretendieron acabar con él para debilitar La Liga.
La familia Vargas González, le abrió las puertas de su casa, conscientes del grave peligro al que se exponían. El 29 de marzo de 1927, pasó la noche con su familia, castigada por la miseria, rezando y jugando con su esposa y sus hijitos. El 31 de marzo de 1927 se confesó con un sacerdote que se encontraba de paso. Este sacerdote le platicó la respuesta del arzobispo de Durango, Mons. José María González y Valencia, cuando se le preguntó sobre la moralidad de quienes se habían levantado en armas: «No habiendo ellos provocado la agresión y habiendo después agotado todos los medios pacíficos para defender los derechos verdaderamente irrenunciables para ellos y para sus hijos, como el derecho de practicar su religión, quienes se levantan en armas pueden estar tranquilos en su conciencia», a lo que Anacleto dijo: «Esto es lo que nos faltaba. Ahora sí podemos estar tranquilos. Dios está con nosotros».

Se retiró a su cuarto, y escribió lo siguiente: «El espectáculo que ofrecen los defensores de la Iglesia es sencillamente sublime. El Cielo lo bendice, el mundo lo admira, el infierno lo ve lleno de rabia y asombro, los verdugos tiemblan. Solamente los cobardes no hacen nada… los ricos cierran sus manos para conservar su dinero, ese dinero que los ha hecho tan inútiles y tan desgraciados… Hoy debemos dar a Dios fuerte testimonio de que de veras somos católicos. Mañana será tarde, porque mañana se abrirán los labios de los valientes para maldecir a los flojos, cobardes y apáticos». 

A las tres de la mañana del 1 de abril, es apresado con todos los hombres que se encuentran en la casa. Buscaban que Anacleto se reconociera cristero, denunciase a los que integraban el movimiento armado y revelase el paradero de Mons. Orozco y Jiménez. Reconoció su papel en el movimiento, pero nada dijo de sus camaradas ni del Obispo. Los trasladaron al cuartel llamado «el colorado» fue torturado: Lo colgaron de los dedos pulgares, le desollaron los pies, le asentaron culatazos de fusil que sumieron su nariz y rompieron la boca.

Viendo que torturaban a los otros grito: «¡Si quieren sangre aquí está la mía!» Animaba a sus compañeros y decía a sus verdugos: «Vosotros me mataréis, pero sabed que conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mí dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto desde el cielo, el triunfo de la religión en mi Patria».

A las 3 de la tarde antes de ser ejecutado recitó el acto de contrición, luego se dirigió al General Ferreira para decirle: «General, perdono a usted de corazón; muy pronto nos veremos ante el tribunal divino; el mismo Juez que me va a juzgar será su Juez; entonces tendrá usted un intercesor en mí con Dios… Por segunda vez oigan las Américas este grito: “Yo muero, pero Dios no muere”. ¡Viva Cristo Rey!». Anacleto tenía 38 años.
 El 22 de junio de 2004, la Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano, en presencia del papa Juan Pablo II, promulgó su beatificación junto con y de sus siete compañeros mártires. El 20 de noviembre de 2005, en una ceremonia multitudinaria, fue beatificado en el Estadio Jalisco.





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