8. ¿ES ANTIBIBLICO IR A
DIOS POR MEDIO DE LOS SANTOS?
OBJECIÓN:
En 1Tm 2, 5 leemos: «Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres».
¿Por qué los católicos no aceptan este principio y buscan otros mediadores a
los que llaman santos?
Desde los tiempos apostólicos, la Iglesia Católica ha enseñado que Cristo
es el «único mediador entre Dios y los
hombres» (1Tm 2, 5). Pero esto no significa que Él no haya dado un papel a
los santos en la Historia de la Salvación.
En Mt 10, 7-8 y 28, 19 se revela que el Señor Jesús confirió poderes
ministeriales a sus apóstoles, a fin de que éstos colaboraran con Él en su
misión salvadora.
Además, en Ap 5, 8, se nos presenta la función de los santos como
intercesores a nuestro favor: «Y en cuanto tomó el rollo, los cuatro seres vivientes
y los veinticuatro ancianos se pusieron de rodillas delante del Cordero. Todos
ellos tenían arpas, y llevaban copas de oro llenas de incienso, que son las
oraciones del pueblo santo» (lit. «de los santos»).
Hay que tener presente, por lo tanto, que los santos no ejercen una
mediación distinta de la de Cristo, sino que están asociados a su misma misión.
Como en una Secretaría de Gobierno los subalternos del titular no ejercen una
actividad distinta y autónoma, sino que trabajan unidos a él, así los santos
ejercen una mediación dentro del papel que el mismo Cristo les otorgó.
En los Hechos de los Apóstoles aparecen muchos casos en los cuales Dios no
actúa directamente, sino por medio de sus siervos, los santos. Uno de ellos es
el de Saulo de Tarso, quien recobró la vista por manos de Ananías, y no
directamente por Cristo, con quien se había encontrado en el camino a Damasco
(Hch 9, 1-19). El mismo libro reporta que muchos enfermos acudían a los
apóstoles para lograr la salud; no se dirigían directamente a Dios, y no
obstante recibían las gracias deseadas:
«Y sacaban a los enfermos a las
calles, poniéndolos en camas y camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos
su sombra cayera sobre alguno de ellos. También de los pueblos vecinos a
Jerusalén acudía mucha gente trayendo enfermos y personas atormentadas por
espíritus impuros; y todos eran sanados» (Hch 5, 15-16).
Podemos concluir dos cosas: En primer lugar, Dios no tiene celos de sus
siervos los santos. Al contrario, por medio de ellos recibe mayor gloria,
porque resplandece su grandeza en la humildad de los que lo aman. En segundo
lugar, la Iglesia es una familia. Y así como pedimos a nuestros amigos que
recen por nosotros, con mayor razón lo podemos pedir a nuestros hermanos los
santos, que gozan de la presencia de Dios.
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