lunes, 10 de diciembre de 2018

67. ¿ Qué es el pecado?


En el fondo el pecado es el rechazo de Dios y la negativa a aceptar su  amor. Esto se muestra en el desprecio de sus mandamientos. [385­390] El pecado es más que un comportamiento incorrecto; tampoco es una debilidad  psíquica. En lo más hondo de su ser, todo rechazo o destrucción de algo bueno  es el rechazo del Bien por excelencia, el rechazo de Dios. En su dimensión más  honda y terrible, el pecado es la separación de Dios y con ello la separación de  la fuente de la vida. Por eso también la muerte es la consecuencia del pecado.  Solamente en Jesús comprendemos la inconmensurable dimensión del pecado:  Jesús sufrió el rechazo de Dios en su propio cuerpo. Tomó sobre sí la violencia  mortal del pecado, para que no nos toque a nosotros. Para ello tenemos la  palabra Redención. 224­237,315­318,348­468

385.   Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza –que aparecen como ligados a los límites propios de las criaturas–, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal? Quaerebam unde malum et non erat exitus ("Buscaba el origen del mal y no encontraba solución") dice san Agustín (Confessiones, 7,7.11), y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo. Porque "el misterio [...] de la iniquidad" (2 Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del "Misterio de la piedad" (1 Tm 3,16). La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia (cf. Rm 5,20). Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el que es su único Vencedor (cf. Lc 11,21-22; Jn 16,11; 1 Jn 3,8

390.   El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres (cf. Concilio de Trento: DS 1513; Pío XII, enc. Humani generis: ibíd, 3897; Pablo VI, discurso 11 de julio de 1966). 

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