Si bien el Bautismo nos arranca del poder del pecado y de la muerte y nos
introduce en la nueva vida de los hijos de Dios, no nos libra de la
debilidad humana y de la inclinación al pecado. Por eso necesitamos un
lugar en el que podamos reconciliarnos continuamente de nuevo con Dios.
Esto es la confesión. [14251426]
Confesarse parece no estar de moda. Quizá sea difícil y al principio cueste un gran
esfuerzo. Pero es una de las mayores gracias que podamos comenzar siempre de
nuevo en nuestra vida, realmente de nuevo: totalmente libres de cargas y sin las
hipotecas del pasado, acogidos en el amor y equipados con una fuerza nueva. Dios
es misericordioso, y no desea nada más ardientemente que el que nosotros nos
acojamos a su misericordia. Quien se ha confesado abre una nueva página en
blanco en el libro de su vida. 6770
1425. "Habéis sido lavados [...] habéis sido santificados, [...] habéis
sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de
nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del
don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación
cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no
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cabe en aquel que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el
apóstol san Juan dice también: "Si decimos que no tenemos pecado,
nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor
mismo nos enseñó a orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4)
uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios
concederá a nuestros pecados.
1426. La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo,
el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos
como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante Él" (Ef 1,4),
como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante
Él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación
cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza
humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama
concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva
de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la
gracia de Dios (cf. DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con
miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de
llamarnos (cf. DS 1545; LG 40)
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