miércoles, 5 de junio de 2019

226.Si ya tenemos el Bautismo, que nos reconcilia con Dios, ¿por qué necesitamos entonces un sacramento específico de la Reconciliación? -CATEQUESIS-



Si bien el Bautismo nos arranca del poder del pecado y de la muerte y nos  introduce en la nueva vida de los hijos de Dios, no nos libra de la  debilidad humana y de la inclinación al pecado. Por eso necesitamos un  lugar en el que podamos reconciliarnos continuamente de nuevo con Dios.  Esto es la confesión. [1425­1426] Confesarse parece no estar de moda. Quizá sea difícil y al principio cueste un gran  esfuerzo. Pero es una de las mayores gracias que podamos comenzar siempre de  nuevo en nuestra vida, realmente de nuevo: totalmente libres de cargas y sin las  hipotecas del pasado, acogidos en el amor y equipados con una fuerza nueva. Dios  es misericordioso, y no desea nada más ardientemente que el que nosotros nos  acojamos a su misericordia. Quien se ha confesado abre una nueva página en  blanco en el libro de su vida. 67­70


1425. "Habéis sido lavados [...] habéis sido santificados, [...] habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no 1989 1440 1456 1449 1442 1263 2838 978 405, 1264 541 1226 1036 cabe en aquel que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol san Juan dice también: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.

1426. La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante Él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante Él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf. DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf. DS 1545; LG 40)


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