Jesús mismo instituyó el sacramento de la Penitencia cuando el día de Pascua se
apareció a los APÓSTOLES y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo, a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos». (Jn 20,22023). [1439, 1485]
En ningún lugar ha expresado Jesús de forma más bella lo que sucede en el sacramento de la
Penitencia que en la parábola del hijo pródigo: nos extraviamos, nos perdemos, no podemos
más. Pero Dios Padre nos espera con un deseo mayor e incluso infinito; nos perdona cuando
regresamos; nos acepta siempre, perdona el pecado. Jesús mismo perdonó los pecados a
muchas personas; eso era más importante para él que hacer milagros. Veía en ello el gran
signo de la llegada del reino de Dios, en el que todas las heridas serán sanadas y todas las
lágrimas serán enjugadas. El poder del Espíritu Santo, en el que Jesús perdonaba los pecados,
lo transmitió a sus APÓSTOLES. Cuando nos dirigimos a un sacerdote y nos confesamos, nos
arrojamos a los brazos abiertos de nuestro Padre celestial. 314,524
1439. El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito
maravillosamente por Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo
centro es "el padre misericordioso" (Lc 15,11-24): la fascinación de una
libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el
hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda
de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de
1394-1395
540
2043
545
1850
270, 431
589
983
las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos;
el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el
camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos
estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el
anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna,
llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su
familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo, que conoce las
profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su
misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.
1485. En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus
Apóstoles y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
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