Pertenecen a toda confesión el examen de
conciencia, la contrición o arrepentimiento, el
propósito de enmienda, la confesión y la
penitencia. [14501460,14901492,1494]
El examen de conciencia debe ser a fondo, pero nunca
puede ser exhaustivo. Sin verdadero arrepentimiento,
basado en una confesión de los labios, nadie puede ser
absuelto de sus pecados. Igualmente es imprescindible el
propósito de no cometer ese pecado nunca más en el
futuro. El pecador debe necesariamente declarar el
pecado ante el confesor, es decir, hacer una confesión del
mismo. Finalmente pertenece a una confesión la reparación o penitencia que impone el confesor al pecador
para reparar el daño cometido.
1450. "La penitencia mueve al pecador a soportarlo todo con el
ánimo bien dispuesto; en su corazón, contrición; en la boca, confesión;
en la obra, toda humildad y fructífera satisfacción" (Catecismo
Romano 2,5,21; cf. Concilio de Trento: DS 1673) .
1460. La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la
situación personal del penitente y buscar su bien espiritual. Debe
corresponder todo lo posible a la gravedad y a la naturaleza de los
pecados cometidos. Puede consistir en la oración, en ofrendas, en
obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias,
sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que
debemos llevar. Tales penitencias ayudan a configurarnos con Cristo
que, el Único, expió nuestros pecados (Rm 3,25; 1 Jn 2,1-2) una vez
por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo resucitado,
"ya que sufrimos con él" (Rm 8, 17; cf. Concilio de Trento: DS 1690):
«Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo
es posible por medio de Jesucristo: nosotros que, por nosotros mismos, no
podemos nada, con la ayuda "del que nos fortalece, lo podemos todo"
(Flp 4,13). Así el hombre no tiene nada de que pueda gloriarse sino que
toda "nuestra gloria" está en Cristo [...] en quien nosotros satisfacemos
"dando frutos dignos de penitencia" (Lc 3,8) que reciben su fuerza de Él,
por Él son ofrecidos al Padre y
1490. El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y
arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los
pecados cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La
conversión, por tanto, mira al pasado y al futuro; se nutre de la
esperanza en la misericordia divina.
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