En la muerte se separan el cuerpo y el alma. El
cuerpo se descompone, mientras que el alma
sale al encuentro de Dios y espera a reunirse en
el último día con su cuerpo resucitado. [992
1004, 10161018]
El cómo de la resurrección de nuestro cuerpo es un
misterio. Una imagen nos puede ayudar a asumirlo:
cuando vemos un bulbo de tulipán no podemos saber
qué hermosa flor se desarrollará en la oscuridad de la
tierra. Igualmente no sabemos nada de la apariencia
futura de nuestro nuevo cuerpo. Sin embargo, san
Pablo está seguro: «Se siembra un cuerpo sin gloria,
resucita glorioso» (1 Cor 15,43a).
992. La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente
por Dios a su Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los
muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un
Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del
cielo y de la tierra es también Aquél que mantiene fielmente su
Alianza con Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva
comienza a expresarse la fe en la resurrección. En sus pruebas, los
mártires Macabeos confiesan:
«El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará
a una vida eterna» (2 M 7, 9). «Es preferible morir a manos de los
hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo
por él» (2 M 7, 14; cf. 2 M 7, 29; Dn 12, 1-13).
1004. Esperando este día, el cuerpo y el alma del creyente participan
ya de la dignidad de ser "en Cristo"; donde se basa la exigencia del
respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el ajeno,
particularmente cuando sufre:
«El cuerpo es [...] para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que
resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder.
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? [...] No os
pertenecéis [...] Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Co 6,
13-15. 19-20)
1018. Como consecuencia del pecado original, el hombre debe sufrir
"la muerte corporal, de la que el hombre se habría liberado, si no
hubiera pecado" (GS 18)
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