El purgatorio, a menudo imaginado como un lugar, es más
bien un estado. Quien muere en gracia de Dios (por tanto, en
paz con Dios y los hombres), pero necesita aún purificación
antes de poder ver a Dios cara a cara, ése está en el
purgatorio. [10301031]
Cuando Pedro traicionó a Jesús, el Señor se volvió y miró a Pedro: «y
Pedro salió fuera y lloró amargamente». Éste es un sentimiento como
el del purgatorio. Y un purgatorio así nos espera probablemente a la
mayoría de nosotros en el momento de nuestra muerte: el Señor nos
mira lleno de amor, y nosotros experimentamos una vergüenza
ardiente y un arrepentimiento doloroso por nuestro comportamiento
malvado o quizás «sólo» carente de amor. Sólo después de este dolor
purificador seremos capaces de contemplar su mirada amorosa en la
alegría celestial perfecta
1030. Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero
imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna
salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de
obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
1031. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los
elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados.
La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre
todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS
1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos
textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un
fuego purificador:
«Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio,
existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad,
al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu
Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12,
31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser
perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio
Magno, Dialogi 4, 41, 3).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario