No es Dios quien condena a los hombres. Es el
mismo hombre quien rechaza el amor
misericordioso de Dios y renuncia
voluntariamente a la vida (eterna),
excluyéndose de la comunión con Dios. [1036
1037]
Dios desea la comunión incluso con el último de los
pecadores; quiere que todos se conviertan y se salven.
Pero Dios ha hecho al hombre libre y respeta sus
decisiones. Ni siquiera Dios puede obligar a amar.
Como amante es «impotente» ante alguien que elige
el infierno en lugar del cielo. 51, 53
1036. Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia
a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con
la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino
eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la
conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y
espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que
entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino
que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14):
«Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del
Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única
carrera que es nuestra vida en la tierra, merezcamos entrar con Él en la
boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos
malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde
"habrá llanto y rechinar de dientes"» (LG 48).
1037. Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf. DS 397; 1567);
para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un
pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística
y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la
misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos
lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu
familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación
eterna y cuéntanos entre tus elegidos» (Plegaria eucarística I o Canon
Romano, 88: Misal Romano)
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