martes, 19 de marzo de 2019

162.Pero si Dios es amor, ¿cómo puede existir el infierno?-CATEQUESIS-



No es Dios quien condena a los hombres. Es el  mismo hombre quien rechaza el amor  misericordioso de Dios y renuncia  voluntariamente a la vida (eterna),  excluyéndose de la comunión con Dios. [1036­ 1037] Dios desea la comunión incluso con el último de los  pecadores; quiere que todos se conviertan y se salven.  Pero Dios ha hecho al hombre libre y respeta sus  decisiones. Ni siquiera Dios puede obligar a amar.  Como amante es «impotente» ante alguien que elige  el infierno en lugar del cielo. 51, 53

1036. Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14): «Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, merezcamos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes"» (LG 48). 

1037. Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf. DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9): «Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos» (Plegaria eucarística I o Canon Romano, 88: Misal Romano) 

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