La vida eterna comienza con el Bautismo.
Va más allá de la muerte y no tendrá fin.
[1020]
Cuando estamos enamorados no queremos que
este estado acabe nunca. «Dios es amor», dice la
primera carta de san Juan (1 Jn 4,16). «El amor»,
dice la primera carta a los Corintios, «no pasa
nunca» (1 Cor 13,8). Dios es eterno, porque es
amor; y el amor es eterno porque es divino.
Cuando estamos en el amor entramos en la
presencia infinita de Dios. 285
1020. El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte
como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia
dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo
sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción
fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje.
Le habla entonces con una dulce seguridad:
«Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios
Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de
Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti
descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios
en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san
José y todos los ángeles y santos [...] Te entrego a Dios, y, como criatura
suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo
de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y
todos los ángeles y santos [...] Que puedas contemplar cara a cara a tu
Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral,
Orden de recomendación de moribundos, 146-147).
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