martes, 19 de marzo de 2019

161. ¿Qué es el infierno?-CATEQUESIS



El infierno es el estado de la separación eterna de Dios, la  ausencia absoluta de amor. [1033­1037] Quien muere conscientemente y por propia voluntad en pecado  mortal, sin arrepentirse y rechazando para siempre el amor  misericordioso y lleno de perdón, se excluye a sí mismo de la  comunión con Dios y con los bienaventurados. Si hay alguien que en  el momento de la muerte pueda de hecho mirar al amor absoluto a la  cara y seguir diciendo no, no lo sabemos. Pero nuestra libertad hace  posible esta decisión. Jesús nos alerta constantemente del riesgo de  separarnos definitivamente de él, cuando nos cerramos a la  necesidad de sus hermanos y hermanas: «Apartaos de mí, malditos  [ ... ] lo que no hicisteis con uno de éstos, los más pequeños, tampoco  lo hicisteis conmigo» (Mt 25,41.45) 53

1033. Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

1037. Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf. DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9): «Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos» (Plegaria eucarística I o Canon Romano, 88: Misal Romano)

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