El infierno es el estado de la separación eterna de Dios, la
ausencia absoluta de amor. [10331037]
Quien muere conscientemente y por propia voluntad en pecado
mortal, sin arrepentirse y rechazando para siempre el amor
misericordioso y lleno de perdón, se excluye a sí mismo de la
comunión con Dios y con los bienaventurados. Si hay alguien que en
el momento de la muerte pueda de hecho mirar al amor absoluto a la
cara y seguir diciendo no, no lo sabemos. Pero nuestra libertad hace
posible esta decisión. Jesús nos alerta constantemente del riesgo de
separarnos definitivamente de él, cuando nos cerramos a la
necesidad de sus hermanos y hermanas: «Apartaos de mí, malditos
[ ... ] lo que no hicisteis con uno de éstos, los más pequeños, tampoco
lo hicisteis conmigo» (Mt 25,41.45) 53
1033. Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos
con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente
contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no
ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un
asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en
él" (1 Jn 3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos
separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los
pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46).
Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor
misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para
siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de
autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los
bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".
1037. Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf. DS 397; 1567);
para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un
pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística
y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la
misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos
lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu
familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación
eterna y cuéntanos entre tus elegidos» (Plegaria eucarística I o Canon
Romano, 88: Misal Romano)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario