Cuando celebramos el culto divino somos
atraídos por el amor de Dios, somos sanados y
transformados. [1076]
Todas las celebraciones litúrgicas de la Iglesia y todos
sus SACRAMENTOS están orientados únicamente a
que tengamos vida, y ésta en abundancia. Cuando
celebramos el culto divino nos encontramos con quien
ha dicho de sí mismo «Yo soy el camino y la verdad y
la vida» (Jn 14,6). Quien va al acto litúrgico y está
abandonado, recibe de Dios seguridad. Quien va al
culto y se encuentra perdido, encuentra a un Dios que
le espera.
1076. El día de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la
Iglesia se manifiesta al mundo (cf. SC 6; LG 2). El don del Espíritu
inaugura un tiempo nuevo en la "dispensación del Misterio": el tiempo
de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y
comunica su obra de salvación mediante la Liturgia de su Iglesia,
"hasta que él venga" (1 Co11,26). Durante este tiempo de la Iglesia,
Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella ya de una manera nueva, la
propia de este tiempo nuevo. Actúa por los sacramentos; esto es lo que
la Tradición común de Oriente y Occidente llama "la Economía
sacramental"; esta consiste en la comunicación (o "dispensación") de
los frutos del Misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia
"sacramental" de la Iglesia.
Por ello es preciso explicar primero esta "dispensación
sacramental" (capítulo primero). Así aparecerán más claramente la
naturaleza y los aspectos esenciales de la celebración litúrgica
(capítulo segundo).
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