El cielo es el momento sin fin del amor. Nada
nos separa ya de Dios, a quien ama nuestra
alma y ha buscado durante toda una vida.
Junto con todos los ángeles y santos
podemos alegrarnos por siempre en y con
Dios. [10231026, 1053]
Quien contempla a una pareja que se mira
tiernamente; quien contempla a un bebé que busca
mientras mama los ojos de su madre, como si
quisiera almacenar para siempre su sonrisa,
percibe una lejana intuición del cielo. Poder mirar
a Dios cara a cara es como un único y eterno
momento de amor.
1023. Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están
perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para
siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara
a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
«Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general
de Dios, las almas de todos los santos [...] y de todos los demás fieles
muertos después de recibir el Bautismo de Cristo en los que no había
nada que purificar cuando murieron [...]; o en caso de que tuvieran o
tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la
muerte [...] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final,
después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor,
estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso
celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después
de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina
esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna
criatura» (Benedicto XII: Const. Benedictus Deus: DS 1000; cf. LG 49)
1026. Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el
cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de
los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su
glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han
permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad
bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a
Él.
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