lunes, 11 de marzo de 2019

155. ¿Cómo nos ayuda Cristo en la muerte, si confiamos en él?-CATEQUESIS-



Cristo nos sale al encuentro y nos conduce a la vida eterna. «No  me recogerá la muerte, sino Dios» (santa Teresa del Niño  Jesús). [1005­1014,1016,1019] Contemplando la pasión y la muerte de Jesús incluso la muerte puede  ser más llevadera. En un acto de confianza y de amor al Padre podemos  decir «sí», como hizo Jesús en el Huerto de los Olivos. Esta actitud se  denomina «sacrificio espiritual». El que muere se une con el sacrificio  de Cristo en la cruz. Quien muere así, confiando en Dios y en paz con  los hombres, es decir, sin pecado grave, está en el camino de la  comunión con Cristo resucitado. Cuando morimos, no caemos más que  hasta las manos de Dios. Quien muere no viaja a la nada, sino que  regresa al hogar del amor del Dios que le ha creado. 102

1005. Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta "partida" (Flp 1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf. Credo del Pueblo de Dios, 28).

1014. La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor": Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra muerte" (Avemaría), y a confiarnos a san José, patrono de la buena muerte: «Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?» (De imitatione Christi 1, 23, 1). «Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! Ningún viviente escapa de su persecución; ¡ay si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!» (San Francisco de Asís, Canticum Fratris Solis)

1019. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la salvación. 


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