lunes, 25 de marzo de 2019

166. ¿Por qué celebra la Iglesia con tanta frecuencia el culto divino?-CATEQUESIS-



Ya el pueblo de Israel interrumpía el trabajo «siete veces al día» (Sal  119,164) para alabar a Dios. Jesús participó en el culto y la oración de su  pueblo; enseñó a orar a sus discípulos y los reunió en el Cenáculo para  celebrar con ellos el mayor culto de todos: su propia entrega en la  Eucaristía. La Iglesia, que convoca al culto, sigue su mandato: «Haced esto  en memoria mía» (1 Cor 11,24b). [1066­1070] Así como el hombre respira para mantenerse vivo, del mismo modo respira y vive la  Iglesia mediante la celebración del culto divino. Es Dios mismo quien le infunde  diariamente nueva vida y la enriquece mediante su Palabra y sus  SACRAMENTOS. Se puede usar también otra imagen: Cada acto de culto es como  una cita de amor, que Dios escribe en nuestra agenda. Quien ya ha experimentado  el amor de Dios, acude con ganas a la cita. Quien a veces no siente nada y, sin  embargo, acude, muestra a Dios su fidelidad.

1066. En el Símbolo de la fe, la Iglesia confiesa el misterio de la Santísima Trinidad y su "designio benevolente" (Ef 1,9) sobre toda la creación: El Padre realiza el "misterio de su voluntad" dando a su Hijo Amado y al Espíritu Santo para la salvación del mundo y para la gloria de su Nombre. Tal es el Misterio de Cristo (cf. Ef 3,4), revelado y realizado en la historia según un plan, una "disposición" sabiamente ordenada que san Pablo llama "la Economía del Misterio" (Ef 3,9) y que la tradición patrística llamará "la Economía del Verbo encarnado" o "la Economía de la salvación"

1070. La palabra "Liturgia" en el Nuevo Testamento es empleada para designar no solamente la celebración del culto divino (cf. Hch 13,2; Lc 1,23), sino también el anuncio del Evangelio (cf. Rm 15,16; Flp 2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf. Rm 15,27; 2 Co 9,12; Flp 2,25). En todas estas situaciones se trata del servicio de Dios y de los hombres. En la celebración litúrgica, la Iglesia es servidora, a imagen de su Señor, el único "Liturgo" (cf. Hb 8, 2. 6), al participar del sacerdocio de Cristo (culto), de su condición profética (anuncio) y de su condición real (servicio de caridad): «Con razón se considera la liturgia como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público integral. Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia» (SC 7).


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