Ya el pueblo de Israel interrumpía el trabajo «siete veces al día» (Sal
119,164) para alabar a Dios. Jesús participó en el culto y la oración de su
pueblo; enseñó a orar a sus discípulos y los reunió en el Cenáculo para
celebrar con ellos el mayor culto de todos: su propia entrega en la
Eucaristía. La Iglesia, que convoca al culto, sigue su mandato: «Haced esto
en memoria mía» (1 Cor 11,24b). [10661070]
Así como el hombre respira para mantenerse vivo, del mismo modo respira y vive la
Iglesia mediante la celebración del culto divino. Es Dios mismo quien le infunde
diariamente nueva vida y la enriquece mediante su Palabra y sus
SACRAMENTOS. Se puede usar también otra imagen: Cada acto de culto es como
una cita de amor, que Dios escribe en nuestra agenda. Quien ya ha experimentado
el amor de Dios, acude con ganas a la cita. Quien a veces no siente nada y, sin
embargo, acude, muestra a Dios su fidelidad.
1066. En el Símbolo de la fe, la Iglesia confiesa el misterio de la
Santísima Trinidad y su "designio benevolente" (Ef 1,9) sobre toda la
creación: El Padre realiza el "misterio de su voluntad" dando a su Hijo
Amado y al Espíritu Santo para la salvación del mundo y para la gloria
de su Nombre. Tal es el Misterio de Cristo (cf. Ef 3,4), revelado y
realizado en la historia según un plan, una "disposición" sabiamente
ordenada que san Pablo llama "la Economía del Misterio" (Ef 3,9) y
que la tradición patrística llamará "la Economía del Verbo encarnado"
o "la Economía de la salvación"
1070. La palabra "Liturgia" en el Nuevo Testamento es empleada
para designar no solamente la celebración del culto divino
(cf. Hch 13,2; Lc 1,23), sino también el anuncio del Evangelio
(cf. Rm 15,16; Flp 2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf. Rm 15,27; 2
Co 9,12; Flp 2,25). En todas estas situaciones se trata del servicio de
Dios y de los hombres. En la celebración litúrgica, la Iglesia es
servidora, a imagen de su Señor, el único "Liturgo" (cf. Hb 8, 2. 6), al
participar del sacerdocio de Cristo (culto), de su condición profética
(anuncio) y de su condición real (servicio de caridad):
«Con razón se considera la liturgia como el ejercicio de la función
sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se significa
y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del
hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus
miembros, ejerce el culto público integral. Por ello, toda celebración
litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia,
es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en
el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia» (SC 7).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario