Decimos Amén —es decir, sí— al confesar
nuestra fe porque Dios nos llama como testigos
de la fe. Quien dice Amén, asiente con alegría y
libremente a la acción de Dios en la Creación y
en la Salvación. [10611065]
La palabra hebrea «Amén» procede de una familia de
palabras que significan tanto «fe» como «solidez,
fiabilidad, fidelidad». «Quien dice Amén pone su
firma» (san Agustín). Este sí incondicional lo
podemos pronunciar únicamente porque Jesús se ha
revelado para nosotros en su Muerte y Resurrección
como fiel y digno de confianza. Él mismo es el
«Amén» humano a todas las promesas de Dios, así
como el «Amén» definitivo de Dios para nosotros
1061. El Credo, como el último libro de la Sagrada Escritura (cf. Ap
22, 21), se termina con la palabra hebrea Amen. Se encuentra también
frecuentemente al final de las oraciones del Nuevo Testamento.
Igualmente, la Iglesia termina sus oraciones con un Amén.
1065. Jesucristo mismo es el "Amén" (Ap 3, 14). Es el "Amén"
definitivo del amor del Padre hacia nosotros; asume y completa
nuestro "Amén" al Padre: «Todas las promesas hechas por Dios han
tenido su "sí" en él; y por eso decimos por él "Amén" a la gloria de
Dios» (2 Co 1, 20):
«Por Él, con Él y en Él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos.
AMÉN»
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