Ya en el ANTIGUO TESTAMENTO el pueblo de Dios esperaba que el Espíritu
Santo se derramaría sobre el Mesías. Jesús llevó una vida en un espíritu especial
de amor y en total unión con su Padre del cielo. Este Espíritu de Jesús era el
«Espíritu Santo» que anhelaba el pueblo de Israel; y era el mismo Espíritu que
Jesús prometió a sus discípulos, el mismo Espíritu que descendió sobre los
discípulos cincuenta días después de la Pascua, en la fiesta de Pentecostés. Y
nuevamente es el mismo Espíritu Santo de Jesús quien desciende sobre aquel que
recibe el SACRAMENTO de la CONFIRMACIÓN. [12851288, 1315]
Ya en los Hechos de los APÓSTOLES, que se escribieron pocos decenios después de la
muerte de Jesús, vemos a Pedro y a Juan en «viaje de Confirmación»; ambos imponen las
manos a nuevos cristianos, que antes «solo estaban bautizados en el nombre del Señor
Jesús», para que su corazón se llene del Espíritu Santo. 113120, 310311
1285. Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la
Confirmación constituye el conjunto de los "sacramentos de la
iniciación cristiana", cuya unidad debe ser salvaguardada. Es preciso,
pues, explicar a los fieles que la recepción de este sacramento es
necesaria para la plenitud de la gracia bautismal (cf. Ritual de la
Confirmación, Prenotandos 1). En efecto, a los bautizados "el
sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y
los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta
forma quedan obligados aún más, como auténticos testigos de Cristo, a
extender y defender la fe con sus palabras y sus obras" (LG 11;
cf. Ritual de la Confirmación, Prenotandos 2):
1288. "Desde [...] aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la
voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la
imposición de las manos, el don del Espíritu Santo, destinado a
completar la gracia del Bautismo (cf. Hch 8,15-17; 19,5-6). Esto
explica por qué en la carta a los Hebreos se recuerda, entre los
primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del Bautismo
y de la la imposición de las manos (cf. Hb 6,2). Es esta imposición de
las manos la que ha sido con toda razón considerada por la tradición
católica como el primitivo origen del sacramento de la Confirmación,
el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de
Pentecostés" (Pablo VI, Const. apost. Divinae consortium naturae).
1315. "Al enterarse los Apóstoles que estaban en Jerusalén de que
Samaría había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a
Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu
Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos;
únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo"
(Hch 8,14-17).
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