La Iglesia mantiene desde tiempos inmemoriales el Bautismo de los niños. Para ello hay
una única razón: antes de que nosotros optemos por Dios, Dios ya ha optado por nosotros.
El Bautismo es, por tanto, una gracia, un regalo inmerecido de Dios, que nos acepta
incondicionalmente. Los padres creyentes que quieren lo mejor para su hijo, quieren
también el Bautismo, en el cual el niño es arrancado del influjo del pecado original y del
poder de la muerte. [1250, 1282]
El Bautismo de niños supone que los padres cristianos educan al niño bautizado en la fe. Es una
injusticia privar al niño del Bautismo por una liberalidad mal entendida. Lo mismo que no se puede
privar al niño del amor, para que después pueda él mismo decidirse por el amor, sería una injusticia
si los padres creyentes privaran a su hijo de la gracia de Dios recibida en el Bautismo. Así como todo
ser humano nace con la capacidad de hablar, pero debe aprender a hablar, igualmente todo hombre
nace con la capacidad de creer, pero debe aprender a conocer la fe. No obstante, no se puede imponer
el Bautismo a nadie. Si se recibe el Bautismo de niño, hay que «ratificarlo» después personalmente a
lo largo de la vida; es decir, hay que decir «sí» al Bautismo para que éste dé fruto.
1250. Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y
manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo
nacimiento en el Bautismo (cf. DS 1514) para ser librados del poder
de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos
de Dios (cf. Col 1,12-14), a la que todos los hombres están llamados.
La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta
particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los
padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si
no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento (cf.
CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1).
1282. Desde los tiempos más antiguos, el Bautismo es dado a los
niños, porque es una gracia y un don de Dios que no suponen méritos
humanos; los niños son bautizados en la fe de la Iglesia. La entrada
en la vida cristiana da acceso a la verdadera libertad.
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