Cada sagrada COMUNIÓN me une más
íntimamente con Cristo, me convierte en un
miembro vivo del cuerpo de Cristo, renueva
las gracias que he recibido en el Bautismo y
la CONFIRMACIÓN, y me fortalece en la
lucha contra el pecado. [13911397,1416]
1391. La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la
Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con
Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe
mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo
encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que
me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el
que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
«Cuando en las fiestas [del Señor] los fieles reciben el Cuerpo del Hijo,
proclaman unos a otros la Buena Nueva, se nos han dado las arras de la
vida, como cuando el ángel dijo a María [de Magdala]: "¡Cristo ha
resucitado!" He aquí que ahora también la vida y la resurrección son
comunicadas a quien recibe a Cristo» (Fanqîth, Breviarium iuxta ritum
Ecclesiae Antiochenae Syrorum, v. 1)
1397. La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres:
Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados
por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus
hermanos (cf. Mt 25,40):
«Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. [...]
Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que
ha sido juzgado digno [...] de participar en esta mesa. Dios te ha liberado
de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho
más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).
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