Cada vez que la Iglesia celebra la EUCARISTÍA se sitúa ante la fuente de la que
ella misma brota continuamente de nuevo: en la medida que la Iglesia «come» del
Cuerpo de Cristo, se convierte en Cuerpo de Cristo, que es sólo otro nombre de la
Iglesia. En el sacrificio de Cristo, que se nos da en cuerpo y alma, hay lugar para
toda nuestra vida. Nuestro trabajo y nuestro sufrimiento, nuestras alegrías, todo lo
podemos unir al sacrificio de Cristo. Si nos ofrecemos de este modo, seremos
transformados: agradamos a Dios y para nuestros prójimos somos como buen pan
que alimenta. [13681372, 1414]
Se critica con frecuencia a la Iglesia, como si únicamente fuera una asociación de hombres más
o menos buenos. En realidad, la Iglesia es lo que se realiza diariamente de un modo misterioso
sobre el altar. Dios se entrega por cada uno de nosotros y quiere transformarnos mediante la
COMUNIÓN con él. Como seres transformados deberíamos transformar el mundo. Todo lo
demás que la Iglesia es también, es secundario. 126,171,208
1368. La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La
Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su
Cabeza. Con Él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante
el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo
se hace también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida
de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se
unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor
nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas a las
generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una
mujer en oración, los brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo
que extendió los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se
ofrece e intercede por todos los hombres
1372. San Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que
nos impulsa a una participación cada vez más completa en el sacrificio
de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía:
«Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de
los santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal […] por el
956
969
958, 1689
1032
1140
1088
1211
Sumo Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse por
nosotros en su pasión, para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran
Cabeza […] Tal es el sacrificio de los cristianos: "siendo muchos, no
formamos más que un sólo cuerpo en Cristo" (Rm 12,5). Y este sacrificio,
la Iglesia no cesa de reproducirlo en el Sacramento del altar bien
conocido de los fieles, donde se muestra que en lo que ella ofrece se
ofrece a sí misma» (San Agustín, De civitate Dei 10, 6).
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