sábado, 25 de mayo de 2019

217. ¿Qué sucede con la Iglesia cuando celebra La Eucaristía?- CATEQUESIS-


Cada vez que la Iglesia celebra la  EUCARISTÍA se sitúa ante la fuente de la que  ella misma brota continuamente de nuevo: en la medida que la Iglesia «come» del  Cuerpo de Cristo, se convierte en Cuerpo de Cristo, que es sólo otro nombre de la  Iglesia. En el sacrificio de Cristo, que se nos da en cuerpo y alma, hay lugar para  toda nuestra vida. Nuestro trabajo y nuestro sufrimiento, nuestras alegrías, todo lo  podemos unir al sacrificio de Cristo. Si nos ofrecemos de este modo, seremos  transformados: agradamos a Dios y para nuestros prójimos somos como buen pan  que alimenta. [1368­1372, 1414] Se critica con frecuencia a la Iglesia, como si únicamente fuera una asociación de hombres más  o menos buenos. En realidad, la Iglesia es lo que se realiza diariamente de un modo misterioso  sobre el altar. Dios se entrega por cada uno de nosotros y quiere transformarnos mediante la  COMUNIÓN con él. Como seres transformados deberíamos transformar el mundo. Todo lo  demás que la Iglesia es también, es secundario. 126,171,208

1368. La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con Él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas a las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda. En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en oración, los brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres

1372. San Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa a una participación cada vez más completa en el sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía: «Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal […] por el 956 969 958, 1689 1032 1140 1088 1211 Sumo Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse por nosotros en su pasión, para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza […] Tal es el sacrificio de los cristianos: "siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo en Cristo" (Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo en el Sacramento del altar bien conocido de los fieles, donde se muestra que en lo que ella ofrece se ofrece a sí misma» (San Agustín, De civitate Dei 10, 6).  

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