OBJECIÓN:
Si
la Biblia es la palabra de Dios, ¿Por qué los católicos se han opuesto a su
difusión prohibiendo su lectura?
No negamos que ha habido casos de
restricción por las arbitrariedades de algunos, que han querido interpretar a
su antojo la Biblia. Pero no hay que generalizar estas precauciones, ni hay
motivo para llamarlas «prohibiciones» sin atender a la historia.
La Iglesia Católica, que Jesús
fundó sobre el cimiento de los Apóstoles, siempre ha difundido la palabra de
Dios, porque recibió esta consigna de parte del mismo Cristo. Esto se expresa
claramente en Mt 28, 19 y Mc 16, 15.
En el s. IV, san Jerónimo realizó
la traducción de la Biblia a la lengua hablada por el pueblo, el latín; durante
la Edad Media, los monjes empleaban gran parte del día transcribiendo textos de
la Biblia. Con acciones como éstas, la Sagrada Escritura podía llegar a más
personas, y no sólo a unos cuantos entendidos.
Los libros y sermones de esa época
que han llegado hasta nosotros, están saturados de textos bíblicos, tan
atinadamente comentados, que asombran a los estudiosos de hoy. Cincuenta y
cuatro años antes que Martín Lutero publicara en alemán el Nuevo Testamento,
los católicos de Alemania habían empezado a traducir la Biblia. Cuando Lutero
dio a la imprenta su «traducción», ya había en alemán 19 ediciones de la
Biblia, obras todas de los católicos, según se lee en la «Historia de Alemania»
de Janssen. Y toda Europa se vio favorecida por el trabajo de los traductores
católicos. Desde el 1450 hasta 1520 se publicaron 156 ediciones en latín, 6 de
hebreo y 26 en diferentes lenguas europeas, incluyendo el ruso.
También existen numerosos
escritos de los papas, en los que se recomienda la lectura de la Biblia. En 1788, Pío VI escribía al arzobispo de Florencia:
«Te alabo la feliz
idea de hacer circular por la masa del pueblo ejemplares de la Biblia. Ella
será el antídoto contra esa peste de libros infames, tan divulgados y leídos
hoy, hasta por el vulgo ignorante. La Sagrada Escritura es un manantial
riquísimo del que se puede y debe sacar en abundancia pureza de doctrina, con
la que se han de mejorar las costumbres y se han de arrancar de raíz los
errores.»
Pocos años más tarde, Pío VII
escribió a los Vicarios Apostólicos de Inglaterra una carta concebida en
idénticos términos. En 1893, León XIII escribió una Encíclica sobre la Biblia
en la que nos urge a poner en ella la debida atención:
«Bebamos en esa gran
fuente de revelación católica, que debe ser asequible a todo el rebaño de
Jesucristo; fuente purísima de aguas siempre cristalinas, porque no sufriremos
jamás el menor atentado de enturbiarlas o corromperlas. Con la lectura de la
Biblia se ilumina y robustece la inteligencia, el corazón se enciende y todo el
hombre se resuelve a progresar en la virtud y en el amor Divino.»
Como se ve por estos pocos
documentos, la Iglesia Católica siempre ha difundido la Biblia según las
circunstancias y los tiempos lo exijan.