lunes, 11 de noviembre de 2019

17. ¿Quién nos asegura que existe el paraíso?. Apologetica



OBJECIÓN:
Nadie sabe lo que hay después de la muerte, porque ninguno ha venido de la otra vida a contarnoslo. Por lo tanto, el paraiso y el infierno los tenemos aquí en la tierra, donde hay vida.

Hay muchas personas que no creen en la vida después de la muerte por dos motivos: primero porque no les conviene que ésta exista; segundo por ignorancia. Creer en el premio o castigo de las obras que uno hace, obliga muchas, veces a cambiar de vida. Por ignorancia dicen que creerían si alguien viniera del «más allá» a decírselos. Efectivamente, Alguien (con mayúscula) vino a decírnoslo: Jesucristo.

Veamos algunas citas del evangelio, donde Jesucristo nos habla del paraíso, llamándole con varios nombres: «Reino de los Cielos», «Reino de Dios», «Reino del Padre», «Vida Eterna».

En Mt 5, 3 leemos: «Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos». Lo mismo que en Mt 13, 40-43, Jesús nos habla del castigo y del premio eterno: «Así como la mala hierba se recoge y se echa al fuego para quemarla, así sucederá también al fin del mundo. El Hijo del hombre mandará a sus ángeles a recoger de su reino a todos los que hacen pecar a otros, y a los que practican el mal. Los echarán en el horno encendido, y vendrán el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Los que tienen oídos, oigan».

Veamos dos citas más, en donde Jesús llama al Paraíso de manera distinta: «Y si tu ojo te hace caer en pecado, sácatelo; es mejor que entres con un solo ojo en el reino de Dios, y no que con los dos ojos seas arrojado al infierno, donde los gusanos no mueren y el fuego no se apaga» (Mc 9, 47-48) y cuando le llama «mi Reino» a la morada definitiva de los hombres: «…y ustedes comerán y beberán a mi mesa en mi reino, y se sentarán en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Lc 22, 30).

En otras partes de la Biblia se nos dice algo sobre nuestra condición de bienaventurados: «Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos. Lo que se entierra es corruptible; lo que resucita es incorruptible. Lo que se entierra es despreciable; lo que resucita es glorioso. Lo que se entierra es débil; lo que resucita es fuerte. Lo que se entierra es un cuerpo material; lo que resucita es un cuerpo espiritual. Si hay cuerpo material, también hay cuerpo espiritual» (1Co 15, 42-44).

La intimidad que el alma tendrá con Dios en el cielo, sus relaciones con los santos, su inmunidad contra todo pecado, son gozos que nuestro entendimiento no puede alcanzar: «Pero como se dice en la Escritura: “Dios ha preparado para los que lo aman cosas que nadie ha visto ni oído, y ni siquiera pensado”» (1Co 2, 9). La felicidad suprema que allí se goza excluye forzosamente todo mal, sea moral o físico: «Secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha dejado de existir» (Ap 21, 4).


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