martes, 5 de noviembre de 2019

359. ¿Por qué quiere Dios que su «nombre» sea sagrado para nosotros? -CATEQUESIS-



Decir a alguien el propio nombre es una muestra de confianza. Al decirnos su  nombre, Dios se da a conocer y nos concede, mediante este nombre, el acceso a él.  Dios es totalmente verdad. Quien invoca a la verdad por su nombre, pero la emplea  para testificar una mentira, comete un pecado grave. [2142­2149,2150­2155,2160­ 2162,2163­2164] No se debe pronunciar el nombre de Dios de forma irreverente. Pues lo conocemos  únicamente porque él nos lo ha confiado. El nombre es la llave de acceso al corazón del  Todopoderoso. Por eso es una falta grave blasfemar, maldecir usando el nombre de Dios y  hacer falsas promesas invocando su nombre. El segundo mandamiento es por tanto una  defensa de todo lo «santo». Lugares, objetos, nombres y personas que han sido tocados por  Dios son «santos». La sensibilidad por lo santo se denomina reverencia. 31

2142. El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. Pertenece, como el primer mandamiento, a la virtud de la religión y regula más particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas.

2149. Las palabras mal sonantes que emplean el nombre de Dios sin intención de blasfemar son una falta de respeto hacia el Señor. El segundo mandamiento prohíbe también el uso mágico del Nombre divino. «El Nombre de Dios es grande allí donde se pronuncia con el respeto debido a su grandeza y a su Majestad. El nombre de Dios es santo allí 2472 427 2101 1756 215 2476 1756 2466 donde se le nombra con veneración y temor de ofenderle» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 5, 19).

2150. El segundo mandamiento prohíbe el juramento en falso. Hacer juramento o jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El juramento compromete el nombre del Señor. ―Al Señor tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás‖ (Dt 6, 13).

2164. “No jurar ni por Criador ni por criatura, si no fuere con verdad, necesidad y reverencia” (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 38).  

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