OBJECIÓN:
Entre las cosas esenciales que
los apóstoles mandaron observar en el concilio de Jerusalén, está la
prohibición de comer la sangre de animales (Hch 15, 29). ¿Por qué los católicos
no observan este precepto tan importante?
A
quienes no han profundizado suficientemente en la palabra de Dios, esto podría
ponerlos en crisis. Como dijimos en el tema anterior, no hay que tomar los
textos de la Biblia aisladamente, pues se corre el peligro de contraponerlos y
mal interpretarlos. Es importante tener presente aquellos textos que
aparentemente son contradictorios para estudiarlos y comprender la verdadera
enseñanza.
Ante
todo veamos por qué se prohibía comer la sangre de los animales. En el Antiguo
Testamento la sangre es considerada el «alma» que da la vida: «Yo pediré
cuentas a cada hombre y a cada animal de la sangre de cada uno de ustedes. A
cada hombre le pediré cuentas de la vida de su prójimo» (Gn 9, 5).
«… Porque todo ser vive por la sangre que está en él, y yo se la he dado a
ustedes en el altar para que por medio de ella puedan ustedes pagar el rescate
por su vida, pues es la sangre la que paga el rescate por la vida. “Por lo tanto, digo a los
israelitas: Ninguno de ustedes, ni de los extranjeros que viven entre ustedes,
debe comer sangre”» (Lv
17, 11-12); «Pero de ninguna manera deben comer la sangre, porque la sangre es la vida;
así que no deben comer la vida junto con la carne» (Dt 12, 23).
Puesto
que la vida pertenece a Dios, que es quien la da, es natural que le prohíba al
hombre comer la sangre (Sal 104, 29). Esta es la mentalidad judía y la conclusión lógica que
sacan los apóstoles cuando surgen los primeros problemas entre los paganos
convertidos y los judíos, que quieren imponerles todas sus tradiciones. Pero
una vez superado el problema coyuntural con los judíos, la enseñanza queda
clara y sin peligro de ser mal interpretada.
Excepto
uno de ellos (Hch 21, 25) todos los textos del Nuevo Testamento, relativos a
este tema, declaran superada esta mentalidad. Veamos algunos:
«Luego Jesús llamó a la gente y dijo: “Escuchen y entiendan: lo que entra
por la boca del hombre no es lo que lo hace impuro. Al contrario, lo que hace
impuro al hombre es lo que sale de su boca”» (Mt 15, 11).
«Porque el reino de Dios no es cuestión de comer o
beber determinadas cosas, sino de vivir en justicia, paz y alegría por medio
del Espíritu Santo» (Rm 14, 17).
«Por tanto, que nadie los critique a ustedes por lo que comen o beben, o
por cuestiones tales como días de fiesta, lunas nuevas o sábados» (Col 2, 16-17).
«Claro que el que Dios nos
acepte no depende de lo que comemos; pues no vamos a ser mejores por comer, ni
peores por no comer. Pero eviten que esa libertad que ustedes tienen hagan caer
en pecado a los que son débiles en su fe»
(1Co 8, 8-9).
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