OBJECIÓN:
¿Por qué los sacerdotes nos quieren asustar, enseñando que después de esta
vida existe un castigo eterno para los que se portan mal? ¿No es cierto que la
palabra judía «sheol» significa «tumba», y a ella bajó Jesucristo, como se lee
en el credo?
El credo nos enseña que Cristo «bajó
a los infiernos». San Pedro nos explica para qué fue Jesús a ese lugar: «… y de esta manera
fue a proclamar su victoria a los espíritus que estaban presos» (1P 3, 19).
Para poder entender la palabra «infierno», y la bajada de Cristo «a los infiernos», veamos qué sentido le daban los judíos a la
palabra «sheol». Según Job, el sheol
es el «lugar
de reunión de todos los vivientes» (Jb 30, 23). Israel imaginaba la vida de ultratumba como una sombra de
existencia, sin valor y sin alegría. El sheol es un marco que encierra estas
sombras: se lo imagina como una tumba, un «sepulcro» (Sal 30, 11; Ex 28,
8). Allá descienden todos los vivientes (Is 38, 18; Ez 31, 14) y ya no volverán
a subir jamás (Sal 88, 10; Jb 7, 9). Por lo tanto, siguiendo la terminología
judía, «bajar
a los infiernos» quiere decir bajar al lugar de los muertos.
El infierno, como lugar de terribles castigos, es algo muy distinto.
Jesucristo, al referirse a este lugar, no habla de un reino donde descansan los
muertos, sino del lugar donde los pecadores reciben su castigo en el otro
mundo: (Mt 5, 22ss; 10, 28; 18, 9. 33; 23, 15. 33; Mc 9, 43-47; Lc 12, 5).
Veamos algunos de estos textos: «No tengan miedo de los que matan el cuerpo pero no
pueden matar el alma; teman más bien al que puede hacer perecer alma y cuerpo
en el infierno» (Mt 10, 28); «Si tu mano te hace caer en pecado, córtatela; es
mejor que entres manco en la vida, y no que con las dos manos vayas a parar al
infierno, donde el fuego que no se puede apagar. Y si tu pie te hace caer en
pecado, córtatelo; es mejor que entres cojo en la vida, y no que con los dos
pies seas arrojado al infierno. Y si tu ojo te hace caer en pecado, sácatelo;
es mejor que entres con un solo ojo en el reino de Dios, y no que con los dos
ojos seas arrojado en el infierno» (Mc 9, 43. 45-47); «Yo les voy a decir a quién deben tenerle miedo:
ténganle miedo al que, después de quitar la vida, tiene autoridad para echar en
el infierno. Sí, ténganle miedo a él» (Lc 12, 5).
Además de los textos mencionados, hay abundantes pasajes que hacen
referencia a este lugar de tormentos (Mt 8, 12; 13, 42. 50; 18, 8; 22, 13; 24,
51; 25, 30. 40). También Juan Bautista habla del mismo lugar: «Trae su aventador en
la mano, para limpiar el trigo y separarlo de la paja. Guardará el trigo en su
granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará» (Lc 3,17).
Lo mismo leemos en Mt 3, 12; en Jud 7, y en el Ap 20, 9-14; 21, 8.
El elemento más importante del infierno es el fuego, como signo de
tormentos y dolor: Mt 3,12; 5, 22; 13, 42. 50; 18, 8ss.; Mc 9, 43-47; Lc 3, 17;
Jud 7; Ap 20, 9-14; 21, 8. Este fuego es «inextinguible» (Mt 3, 12; Mc 9, 33
ss. 47; Lc 3, 17) o «eterno» (Mt 18, 8; 25, 41; Jud 7). Allí es el llanto y el
crujir de dientes de los condenados (Mt 13, 50; 24, 51).
No hay lugar a dudas. Lo más terrible del infierno es que allí el hombre no
podrá gozar jamás de la amistad de Dios.
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