lunes, 11 de noviembre de 2019

16. ¿Existe la predestinación?. Apologetica




OBJECIÓN:
¿Desde que nace una persona esta ya elegida para salvarse o condenarse?


Muchos creen en la existencia de un destino que está marcado desde el día de su nacimiento. Los sinsabores de la vida, y el anhelo de la realización personal, hacen que muchas personas intenten buscar en este destino, la explicación de sus males y los éxitos de otros.

Quien vive resignado, pensando que sus males no tienen remedio porque son consecuencia inevitable de su «mala estrella», o «mala suerte», se autodestruye en el pesimismo y, amargado, contempla el triunfo de los que, según él, nacieron para triunfar.

No hay en la Sagrada Escritura afirmación alguna de una doble predestinación, sí de una elección. Tampoco se niega la condenación del hombre. El hombre tiene libertad para condenarse si rechaza libre y voluntariamente la iniciativa de Dios, su Padre; o salvarse si cree en su Palabra y la pone por obra. No es Cristo el que condena, sino el hombre quien se condena a sí mismo por no haber creído en Él (cf. Jn 3,17), y por no haberlo amado en sus semejantes (cf. Mt 25, 31-45). Dios no ha predestinado a nadie al infierno.

En el Antiguo Testamento no aparece la palabra predestinación, pero sí existía entonces la idea clara de la elección de parte de Dios. Por su bondad y sin mérito alguno, Dios escoge al Pueblo de Israel y a lo largo de la Historia de la Salvación elige también a hombres y mujeres con la finalidad de llevar adelante su propósito redención. En el Nuevo Testamento aparece ya una idea más clara de la voluntad de divina, en cuanto a sus designios de salvacion universal (cf. Tm 2, 4).

La doctrina de la Predestinación a la Salvación es desarrollada por san Pablo: «en Cristo, Dios nos ha elegido desde antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en el amor, predestinado en la adopción como hijos suyos en Cristo…» (Ef 1, 4-5; cf. Rm 8, 28-30). Pero esta iniciativa divina no elimina la libertad humana.

Algunos siglos después, san Agustín supo conjugar dos enseñanzas aparentemente opuestas de la Escritura: la gratuidad de la predilección divina por el «elegido» san Pablo y el amor de Dios a todos los hombres. Nunca enseñó la predestinación a la perdición; tampoco que Dios prefiere a unos y desecha a otros, pues quien es el Justo por excelencia no puede rechazar a alguien sin culpa. La elección de Dios a todos los hombres para la salvación incluye la libertad: «el que te creó sin ti, no te salvará sin ti», decía el obispo de Hipona.

Pensar que todo esfuerzo es inútil, pues de todos modos habrá salvación, es olvidar que la colaboración del hombre con Dios también está prevista eternamente por Él. Lo que resulte de la existencia terrena de cada individuo se verificará en el juicio final (cf. Mt 25, 31-45). Los santos que han sido canonizados por la Iglesia dan testimonio de que una vida de esfuerzo, de amor y de virtud es reflejo del obrar de Dios (cf. Jn 3, 13 ss).

El hombre debe descifrar los acontecimientos adversos de su vida para interpretar qué es lo que quiere Dios de él: la conversión y la renuncia al pecado, a los complejos, a las posiciones absurdas. Debe poner atención a las cuestiones personales que hay que cambiar para renovarse y ser «hombre nuevo» (cf. Jn 3, 1-12; cf. 2Co 4, 16-18), en vez de justificarse con la absurda idea de ser predestinado a vivir mal.


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