martes, 5 de noviembre de 2019

10. LA NATURALEZA HUMANA DE JESÚS. PARTE I. Exegesis




El hijo de Dios sólo podía ser verdaderamente el Redentor del género humano, si adoptaba enteramente un cuerpo y un alma humana, con todo lo que implicaba haber tenido nuestra propia naturaleza (Hebreos 2,14). Es decir, Cristo asumió la homoioma de nuestra humanidad en cuanto a la carne al haber nacido del vientre de la Virgen María (Romanos 8,3; Filipenses 2,7). Sin embargo, por el mismo hecho de ser Dios, no tuvo en su vida terrenal caída alguna. “Porque él también estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros; sólo que él jamás pecó”  (Hebreos 4,15), ya que  “nunca cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53,9; 1 Pedro 2,22), “Él es santo, sin mancha, apartado de los pecadores” (Hebreos 7,26), puesto que “ha sido hecho perfecto para siempre” (7,28), como hombre celestial (1 Corintios 15,47). Pues “por un poco tiempo, Dios hizo (a su Hijo) algo menor que los ángeles” (Hebreos 2,9), teniendo un desarrollo normal, ya que fue creciendo en cuerpo y mente, gozando del favor de Dios y de los hombres (Lucas 2,52; Proverbios 3,4).

Las Sagradas Escrituras relatan que “Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, sometido a la ley de Moisés” (Gálatas 4,4). “Por medio de los profetas, Dios había comunicado este mensaje que trata de su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor, que como hombre es descendiente del rey David” (Romanos 1, 3-4; 2 Timoteo 2,8), porque Él mismo “tomando naturaleza de siervo nació como hombre” (Filipenses 2,7). En cuanto a lo humano es de raza judía (Romanos 9,5), de la tribu de Judá (Hebreos 7,14).





De la vida pública de Jesucristo la Santa Biblia nos aportan una abundante información sobre las necesidades físicas, virtudes y pasiones que sintió en carne propia. Experimentó el aguijón del hambre (Mateo 4,2; 21,18; Lucas 24,41-42), le pide agua de beber a la mujer samaritana (Juan 4,6-8), siente nuevamente sed cuando está en la cruz (Juan 19, 28-30). Oraba en las madrugadas (Marcos 1,35) y al final del día (Mateo 14,23), alejándose del clamor de las multitudes, como en el desierto y las montañas (Lucas 4,42; 5,16; Mateo 14,23). Enseñaba el mensaje de la redención en las aldeas y pueblos de Israel (Mateo 9,35), en los caminos de Samaria (Juan 4,5-6), a orillas del lago de Galilea (Marcos 3,9), en la barca de Pedro (Lucas 5,2-3), en lo alto de un monte (Mateo 5,1; Juan 6,3), en las sinagogas y en el templo de Jerusalén (Juan 18,20; Lucas 19,47). En varias ocasiones llega al cansancio y el agotamiento físico (Marcos 4, 38; Juan 4,6). Cuando se sentía extenuado por las duras jornadas de predicación se iba a solas con los apóstoles (Marcos 6, 30-32), también lo hacía a Cafarnaúm en Galilea (Juan 6,15-21), y otras veces a Betania (Marcos 11,11-12) y Efrem (Juan 11,54), dos ciudades próximas a Jerusalén de Judea.

Su personalidad era atrayente, pues tenía una mirada penetrante (Marcos 5,32-33; 8,33). Los apóstoles y los discípulos sienten temor y asombro, por sus doctrinas y prodigios (Marcos 4,41; 6,51; 9,6.32; 10,24.32). Conocía el corazón de los hombres ((Juan 2,24-25; 6,64). Hasta quienes pecaban gravemente se sintieron cautivados hacía Él (Mateo 9,9-13; Lucas 7,36-38; 19,1-10). Los fariseos sentían miedo, porque la gente estaba sorprendida por sus enseñanzas (Marcos 11,18; Juan 7,15.32), al igual que toda la multitud (Marcos 9,15), “porque lo hacía con plena autoridad, y no como sus maestros de la ley” (Mateo 7,28-29; Lucas 4,22.32), hablando siempre con la verdad (Marcos 12,14), sin necesidad de gritar o levantar la voz (Isaías 42,2; Mateo 12,19). Incluso, cuando estuvo sometido a presión, su manera de proclamar la verdad atraía a las personas sinceras (Juan 7,32.40.45-46). Fue accesible y bondadoso, y todo lo hizo por amor (Mateo 19,13-15; Juan 15,12).

Dio ánimo a sus esforzados apóstoles (Juan capítulos 13 a 17), lidiando con las rivalidades que surgían entre ellos (Marcos 9,33-37; Lucas 9,46-48; 22,24-27; Juan 13,14), tuvo en consideración sus limitaciones estando siempre dispuesto a perdonarlos (Marcos 10,35-45; 14,34-38. 66-72; Lucas 22,31-32; Juan 15,15; 16,12; 21,15-17). Tampoco les impuso sus opiniones. Al contrario, los animaba a expresarse con libertad (Mateo 16,13-15). Cuando trataba con los pecadores tenía en cuenta su determinación por cambiar (Lucas 7,37-50; 19,2- 10). Amaba la justicia, por lo que se llenó de recta indignación al ver a los abusivos mercaderes del templo lucrarse con la gente pobre y sencilla (Mateo 21,12-13). No quería que la muchedumbre sacara conclusiones acerca de su persona basándose en informes sensacionalistas (Mateo 12,15-19).

Fue profundamente sensible con las criaturas  humanas  (2 Corintios 10,1), multiplica en dos oportunidades los panes y los peces, para dar de comer a la multitud hambrienta que lo seguía a todas partes (Mateo 14, 13-21; 15, 32-38). Sin embargo, nunca utilizó su propio poder divino en beneficio propio, como cuando después de 40 día ayunando en el desierto, se negó a convertir las piedras en panes, tal como el Diablo se lo pidió (Mateo 4,2-4).

A todos los que lo sigue los llama “amigos” (Juan 15,14), es  tierno con  los  niños  que  se acercaban a su lado (Marcos 10, 13-16), siente cariño ante la primera confesión del príncipe de la sinagoga (Marcos 10,20-21), es paciente y humilde de corazón (Mateo 11,29; Marcos 10,13-16), hasta el punto que dirigía a Dios su Padre la alabanza y la honra (Marcos 10,17-18), al igual que sus oraciones (Mateo 11,25). Ama la justicia y odia la maldad (Hebreos 1,9).






Cuando lo consideró necesario, ilustraba sus predicaciones con ejemplos o pasajes de las Santas Escrituras (Mateo 12,38-42; 15,1-9; 16,1-4; 21,13; Juan 6,45; 8,17), las citaba y sabía exactamente qué texto usar en cada situación (Mateo 4,4; 7.10; 12,1-5; Lucas 4,16-21), “y sin parábolas no les hablaba” (Mateo 13,34). En su predicación Jesús afirmó y sostuvo la autoridad de la ley (Mateo 5,17-19), y como Dios encarnado la expuso, quitando las interpretaciones erróneas, dándole su verdadero significado espiritual (Mateo 7,12), y mostró como su fundamento era el amor (Mateo 22,34-40). Su exhortación era una ofensa a la gente de su pueblo (Marcos 6,3), para los fariseos (Mateo 15,12), los judíos (Juan 6,61.66), y sus discípulos (Marcos 14,27), y por eso las opiniones estaban divididas con respeto a su persona (Juan 7,12).

De hecho, en vez de enseñar sus propias ideas, habló en nombre de aquel que lo había enviado (Juan 7,16-18; 8,28; 12,49; 14,10), con toda humildad, haciendo su voluntad, y sin ningún tipo de pretensión de su parte (Salmo 40,8; Mateo 26,42; Juan 5,41; 6,38; 8,50). Por el contrario, cuando era obvio que hablar no serviría de nada, optó sencillamente por quedarse callado (Marcos 15,2-5; Lucas 22, 67-70). Ilustró que la Ley del Señor debía aplicarse de manera razonable y misericordiosa (Mateo 23,23), además actuó con justicia al predicar a ricos y pobres por igual (Mateo 11,5; Lucas 18, 18-23). Exhortaba siempre con su ejemplo (Juan 13,15). Igualmente, dedicó gran parte de su tiempo a hacer preguntas, pues le interesaba profundamente lo que pensaban y sentían sus oyentes (Mateo Mateo 12,24-30; 17,24-27; 22,41-46; Marcos 8,27-29).

“La gente empezó a alabar a Dios, diciendo- Un gran profeta ha aparecido entre nosotros” (Lucas 7,16),“enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos” (Lucas 4,15), otros decían: “Es un buen hombre” (Juan 7,12), “Este es el Mesías” (Juan 7,40-41), el “Hijo de David” (Mateo 15,22), el “Cristo de Dios” (Lucas 23,35), “el Hijo de Dios, que ha venido al mundo” (Juan 11,27), “santo y justo” (Hechos 3,14), el “Salvador del mundo” (Juan 4,42).

En cierta ocasión, varios soldados enviados para detenerlo regresaron con las manos vacías, y dijeron: “Nunca hombre alguno ha hablado como éste” (Juan 7,46), “poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo” (Lucas 24,19), sus palabras son Espíritu y Vida (Mateo 23,8). Todo el pueblo le escuchaba y estaba pendiente de sus palabra” (Lucas 19,48), sintiéndose atraídos por su forma de enseñar (Mateo 7,28-29). O tanbién “muchísima gente” permaneció junto a él durante tres días, al punto de quedarse sin comida (Marcos 8,1-2).














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