El hijo
de Dios sólo podía ser verdaderamente el Redentor del género humano, si
adoptaba enteramente un cuerpo y un alma humana, con todo lo que implicaba
haber tenido nuestra propia naturaleza (Hebreos 2,14). Es decir, Cristo asumió
la homoioma de nuestra humanidad en
cuanto a la carne al haber nacido del vientre de la Virgen María (Romanos 8,3;
Filipenses 2,7). Sin embargo, por el mismo hecho de ser Dios, no tuvo en su
vida terrenal caída alguna. “Porque él también estuvo sometido a las mismas
pruebas que nosotros; sólo que él jamás pecó”
(Hebreos 4,15), ya que “nunca
cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53,9; 1 Pedro 2,22),
“Él es santo, sin mancha, apartado de los pecadores” (Hebreos 7,26), puesto que
“ha sido hecho perfecto para siempre” (7,28), como hombre celestial (1
Corintios 15,47). Pues “por un poco tiempo, Dios hizo (a su Hijo) algo menor
que los ángeles” (Hebreos 2,9), teniendo un desarrollo normal, ya que fue
creciendo en cuerpo y mente, gozando del favor de Dios y de los hombres (Lucas
2,52; Proverbios 3,4).
Las Sagradas Escrituras relatan que “Cuando se cumplió el tiempo, Dios
envió a su Hijo, que nació de una mujer, sometido a la ley de Moisés” (Gálatas
4,4). “Por medio de los profetas, Dios había comunicado este mensaje que trata
de su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor, que como hombre es descendiente del rey
David” (Romanos 1, 3-4; 2 Timoteo 2,8), porque Él mismo “tomando naturaleza de
siervo nació como hombre” (Filipenses 2,7). En cuanto a lo humano es de raza
judía (Romanos 9,5), de la tribu de Judá (Hebreos 7,14).
De la
vida pública de Jesucristo la Santa Biblia nos aportan una abundante
información sobre las necesidades físicas, virtudes y pasiones que sintió en
carne propia. Experimentó el aguijón del hambre (Mateo 4,2; 21,18; Lucas
24,41-42), le pide agua de beber a la mujer samaritana (Juan 4,6-8), siente
nuevamente sed cuando está en la cruz (Juan 19, 28-30). Oraba en las madrugadas
(Marcos 1,35) y al final del día (Mateo 14,23), alejándose del clamor de las
multitudes, como en el desierto y las montañas (Lucas 4,42; 5,16; Mateo 14,23).
Enseñaba el mensaje de la redención en las aldeas y pueblos de Israel (Mateo
9,35), en los caminos de Samaria (Juan 4,5-6), a orillas del lago de Galilea
(Marcos 3,9), en la barca de Pedro (Lucas 5,2-3), en lo alto de un monte (Mateo
5,1; Juan 6,3), en las sinagogas y en el templo de Jerusalén (Juan 18,20; Lucas
19,47). En varias ocasiones llega al cansancio y el agotamiento físico (Marcos
4, 38; Juan 4,6). Cuando se sentía extenuado por las duras jornadas de
predicación se iba a solas con los apóstoles (Marcos 6, 30-32), también lo
hacía a Cafarnaúm en Galilea (Juan 6,15-21), y otras veces a Betania (Marcos 11,11-12)
y Efrem (Juan 11,54), dos ciudades próximas a Jerusalén de Judea.
Su
personalidad era atrayente, pues tenía una mirada penetrante (Marcos 5,32-33;
8,33). Los apóstoles y los discípulos sienten temor y asombro, por sus
doctrinas y prodigios (Marcos 4,41; 6,51; 9,6.32; 10,24.32). Conocía el corazón
de los hombres ((Juan 2,24-25; 6,64). Hasta quienes pecaban gravemente se
sintieron cautivados hacía Él (Mateo 9,9-13; Lucas 7,36-38; 19,1-10). Los
fariseos sentían miedo, porque la gente estaba sorprendida por sus enseñanzas
(Marcos 11,18; Juan 7,15.32), al igual que
toda la multitud (Marcos 9,15), “porque lo hacía con plena autoridad, y no como
sus maestros de la ley” (Mateo 7,28-29; Lucas 4,22.32), hablando siempre con la
verdad (Marcos 12,14), sin necesidad de gritar o levantar la voz (Isaías 42,2;
Mateo 12,19). Incluso, cuando estuvo sometido a presión, su manera de proclamar
la verdad atraía a las personas sinceras (Juan 7,32.40.45-46). Fue accesible y
bondadoso, y todo lo hizo por amor (Mateo 19,13-15; Juan 15,12).
Dio
ánimo a sus esforzados apóstoles (Juan capítulos 13 a 17), lidiando con las
rivalidades que surgían entre ellos (Marcos 9,33-37; Lucas 9,46-48; 22,24-27;
Juan 13,14), tuvo en consideración sus limitaciones estando siempre dispuesto a
perdonarlos (Marcos 10,35-45; 14,34-38. 66-72; Lucas 22,31-32; Juan 15,15;
16,12; 21,15-17). Tampoco les impuso sus opiniones. Al contrario, los animaba a
expresarse con libertad (Mateo 16,13-15). Cuando trataba con los pecadores
tenía en cuenta su determinación por cambiar (Lucas 7,37-50; 19,2- 10). Amaba
la justicia, por lo que se llenó de recta indignación al ver a los abusivos
mercaderes del templo lucrarse con la gente pobre y sencilla (Mateo 21,12-13).
No quería que la muchedumbre sacara conclusiones acerca de su persona basándose
en informes sensacionalistas (Mateo 12,15-19).
Fue
profundamente sensible con las criaturas
humanas (2 Corintios 10,1),
multiplica en dos oportunidades los panes y los peces, para dar de comer a la
multitud hambrienta que lo seguía a todas partes (Mateo 14, 13-21; 15, 32-38). Sin embargo, nunca
utilizó su propio poder divino en beneficio propio, como cuando después de 40
día ayunando en el desierto, se negó a convertir las piedras en panes, tal como
el Diablo se lo pidió (Mateo 4,2-4).
A todos
los que lo sigue los llama “amigos” (Juan 15,14), es tierno con
los niños que se
acercaban a su lado (Marcos 10, 13-16), siente cariño ante la primera confesión
del príncipe de la sinagoga (Marcos 10,20-21), es paciente y humilde de corazón
(Mateo 11,29; Marcos 10,13-16), hasta el punto que dirigía a Dios su Padre la
alabanza y la honra (Marcos 10,17-18), al igual que sus oraciones (Mateo 11,25). Ama la justicia y odia la maldad
(Hebreos 1,9).
Cuando
lo consideró necesario, ilustraba sus predicaciones con ejemplos o pasajes de
las Santas Escrituras (Mateo 12,38-42; 15,1-9; 16,1-4; 21,13; Juan 6,45; 8,17),
las citaba y sabía exactamente qué texto usar en cada situación (Mateo 4,4;
7.10; 12,1-5; Lucas 4,16-21), “y sin parábolas no les hablaba” (Mateo 13,34). En su predicación Jesús afirmó y sostuvo la autoridad de
la ley (Mateo 5,17-19), y como Dios encarnado la expuso, quitando las
interpretaciones erróneas, dándole su verdadero significado espiritual (Mateo
7,12), y mostró como su fundamento era el amor (Mateo 22,34-40). Su exhortación
era una ofensa a la gente de su pueblo (Marcos 6,3), para los fariseos (Mateo
15,12), los judíos (Juan 6,61.66), y sus discípulos (Marcos 14,27), y por eso
las opiniones estaban divididas con respeto a su persona (Juan 7,12).
De
hecho, en vez de enseñar sus propias ideas, habló en nombre de aquel que lo
había enviado (Juan 7,16-18; 8,28; 12,49; 14,10), con toda humildad, haciendo
su voluntad, y sin ningún tipo de pretensión de su parte (Salmo 40,8; Mateo
26,42; Juan 5,41; 6,38; 8,50). Por el contrario, cuando era obvio que hablar no
serviría de nada, optó sencillamente por quedarse callado (Marcos 15,2-5; Lucas
22, 67-70). Ilustró que la Ley del Señor debía aplicarse de manera razonable y
misericordiosa (Mateo 23,23), además actuó con justicia al predicar a ricos y
pobres por igual (Mateo 11,5; Lucas 18, 18-23). Exhortaba siempre con su
ejemplo (Juan 13,15). Igualmente, dedicó gran parte de su tiempo a hacer
preguntas, pues le interesaba profundamente lo que pensaban y sentían sus
oyentes (Mateo
Mateo 12,24-30; 17,24-27; 22,41-46;
Marcos 8,27-29).
“La
gente empezó a alabar a Dios, diciendo- Un gran profeta ha aparecido entre
nosotros” (Lucas 7,16),“enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado
por todos” (Lucas 4,15), otros decían: “Es un buen hombre” (Juan 7,12), “Este
es el Mesías” (Juan 7,40-41), el “Hijo de David” (Mateo 15,22), el “Cristo de
Dios” (Lucas 23,35), “el Hijo de Dios, que ha venido al mundo” (Juan 11,27),
“santo y justo” (Hechos 3,14), el “Salvador del mundo” (Juan 4,42).
En cierta ocasión, varios soldados enviados
para detenerlo regresaron con las manos vacías, y dijeron: “Nunca hombre alguno
ha hablado como éste” (Juan 7,46),
“poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo” (Lucas
24,19), sus palabras son Espíritu y Vida (Mateo 23,8). Todo el pueblo le escuchaba y estaba pendiente de sus
palabra” (Lucas 19,48), sintiéndose atraídos por su forma de enseñar (Mateo
7,28-29). O tanbién “muchísima gente” permaneció junto a él durante tres días,
al punto de quedarse sin comida (Marcos 8,1-2).
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