OBJECIÓN:
Leyendo Mt 24 y considerando
los acontecimientos actuales, ¿no parece que ya estamos muy cerca del fin del
mundo?
No
hay duda de que si uno quiere apoyar esta conclusión con algunas frases de la
Biblia, encontraría bastante material. Lo incorrecto de este proceder es tomar
algunos textos prescindiendo de los demás, que afirman lo contrario, y cerrar
los ojos ante las realidades históricas, que han demostrado lo contrario de
ciertas afirmaciones categóricas al respecto.
Nuestro
Señor Jesucristo habla de su venida con una fuerza que no admite duda alguna,
el anuncio de su Segunda Venida –Parusia-
es el núcleo de su enseñanza: «En cuanto al día y la hora nadie lo sabe, ni
aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre» (Mt 24, 36).
Cristo
compara la incertidumbre de su venida con el asalto nocturno de un ladrón (Mt
24, 42-44). Las parábolas sobre la vigilancia (Mt 24, 36; 25, 13) ilustran el
mismo concepto: la absoluta certeza de su venida y la absoluta incerteza sobre
el tiempo de su llegada.
Los
primeros cristianos estaban muy preocupados por no saber entender los textos
que parecen anunciar la inminente venida del Señor Jesús. San Pablo los
amonesta:
«Ahora, hermanos, en cuanto al
regreso de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, les rogamos que
no cambien fácilmente de manera de pensar ni se dejen asustar por nadie que
diga haber tenido una revelación del Espíritu, o haber recibido una enseñanza
dada de palabra o por carta, según la cual, nosotros habríamos afirmado que el
día del regreso del Señor ya llegó. No se dejen engañar de ninguna manera. Pues
antes de aquel día tiene que venir la rebelión contra Dios, cuando aparezca el
hombre malvado, el que está condenado a la perdición» (2Ts 2, 1-3).
Los
Apóstoles no sabían cuándo sería la venida del Señor. Y si tenían la sensación
de que ésta era inminente, se sirvieron de ello para subrayar las enseñanzas de
Jesús, exhortando a los discípulos a estar preparados:
«Pero el día del Señor vendrá
como un ladrón. Entonces los cielos se desharán con un ruido espantoso, los
elementos serán destruidos por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en
ella, quedará sometida al juicio de Dios» (2P 3, 10).
Todo
esto debe hacernos pensar en nuestro encuentro con el Señor, que coincide con
el momento de nuestra muerte. Cada vez que uno de nuestros hermanos pasa a la
otra vida, debemos reflexionar sobre el fin del mundo material, y prepararnos
como se debe para nuestra propia muerte. Hay que corregir ciertas desviaciones
que no nos llevan al Reino de Dios.
Como
ya se ha dicho, además de saber interpretar la p alabra de Dios, es necesario
conocer la realidad histórica. Desde hace mucho tiempo algunos «falsos
profetas» han anunciado el inminente fin del mundo y hasta fijaron fechas en
que éste debía ocurrir. Muchos creían que el año dos mil iba a marcar este fin
del mundo. Pero no fue así. Últimamente los Testigos de Jehová han ido
asustando a la gente para crear un estado de nerviosismo entre los
desprevenidos y asegurarles la salvación a cuantos se adhieren a su secta.
El
fundador de esta secta, que entre otros errores niega la divinidad de
Jesucristo, Carlos Rusell, profetizó que la venida del Señor iba a ser el año
1914. Según él, en esta fecha Jerusalén iba a ser una ciudad libre del dominio
pagano. También profetizó que en 1914 se acabaría la Iglesia Católica. Y no
sólo eso, sino que este mismo año marcaría también la destrucción de todos los
gobiernos, bancos, escuelas e iglesias.
Cuando
llegó el fatídico año, viendo que no había ocurrido nada, los Testigos de
Jehová postergaron la fecha una y otra vez. Rusell murió en 1916. Lo sucedió
Joseph F. Rutherford, que continuó anunciando el fin del mundo con nuevas
fechas, fruto de «nuevos estudios». Para él, el año 1925 era el año del reino
de Dios; en esta fecha iban a resucitar 70 patriarcas. Para acoger a estos
resucitados, los Testigos de Jehová construyeron una hermosa mansión llamada
«la Casa de los Patriarcas» en San Diego, California. Pero Rutherford terminó
ocupándola, y hasta hoy nadie ha hecho caso a su profecía. ¿Hasta cuándo
continuará engañando a los desprevenidos?
Para
no caer en lo ridículo, es mejor atenerse a las palabras de Cristo, que aseguró
que nadie sabe ni el día ni la hora, y que es preciso estar siempre prevenidos
(Mc 13, 32).
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