OBJECIÓN:
Los católicos creen en el Purgatorio. ¿En qué parte de la Biblia se habla
de este lugar de purificación? ¿Creyeron los primeros cristianos en un estado intermedio
entre el cielo y el infierno?
Dos concilios han definido la existencia del purgatorio: el de Florencia y
el de Trento. Este último dice textualmente: «La Iglesia Católica, instruida por el Espíritu Santo, basándose en las
Escrituras y en la Tradición de los Padres, ha declarado en otros concilios
sagrados, y recientemente en este Sínodo Ecuménico, que existe un purgatorio, y
que las almas allí detenidas pueden ser ayudadas por los sufragios de los
fieles, y principalmente, por el aceptable sacrificio del altar» (sesión
25).
En la Biblia encontramos algunos pasajes que nos obligan a pensar en ese
estado de purificación. Se trata de 2Mac 12, 43-46: «Después recogió unas dos mil monedas de plata y las envió a Jerusalén,
para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. Hizo una acción noble y
justa, con miras a la resurrección. Si él no hubiera creído en la resurrección
de los soldados muertos, hubiera sido innecesario e inhutil rezar por ellos.
Pero como tenía en cuenta que morían piadosamente los aguardaba una gran
recompensa, su intención era santa y piadosa. Por eso hizo ofrecer ese
sacrificio por los muertos, para que Dios les perdonara sus pecado».
A los soldados caídos en la guerra se hallaron amuletos. Aquellos hombres
se habían apoderado de ellos por superstición o por la codicia en el ataque a
la ciudad de Yamnia. La ley Prohibía el uso de amuletos, y la muerte de
aquellos hombres fue considerada como un castigo. Mas, como esos hombres habían
muerto luchando por Yahvé, Judas organizó una colecta y envió dos mil monedas a
Jerusalén, a fin de que ahí se ofreciera un sacrificio por los caídos,
implorando a Dios su perdón.
En el Nuevo Testamento encontramos que el Señor habla de «pecados que pueden ser perdonados en la otra
vida» (Mt 12, 32). Esta «otra vida»,
en la que se perdonan los pecados, los Santos Padres la llamaron «purgatorio».
En 1Co 3, 10-15, san Pablo habla de un fuego que «probará la obra de cada cual». Orígenes, San Jerónimo, san
Ambrosio, y san Agustín concuerdan al decir que en este pasaje el apóstol se
refiere al purgatorio. También encontramos en otros escritos de los Padres la
misma creencia en el purgatorio.
Tertuliano (160-240) habla dos veces sobre las misas que se celebran el día
del aniversario del difunto: «Ofrecemos
sacrificios por los muertos una vez al año, como si celebráramos su onomástico»
(De Cor. Mil. 3).
«La viuda fiel hace oración por el alma de su esposo difunto, pidiendo por
el refrigerio y compañía con ella después de resucitados: y con este objeto
hace oblaciones del día del aniversario de su muerte» (De Monog 10).
San Agustín escribe en su libro «Confesiones»
lo que le dijo Santa Mónica, su madre: «Entierra este cadáver donde quieras; no te aflija en
modo alguno su cuidado. Lo que sí te encarezco es que donde quiera que estés te
acuerdes de mí ante el altar del Señor» (Confes. 11, 27).
San Cirilo de Jerusalén (315-386) escribe: «Luego rogamos por
los santos Padres y por los obispos que nos han precedido, así como por todos
los que han muerto en comunión con nosotros, pues creemos que las almas por las
cuales se ruega reciben gran ayuda mientras se celebra el santo y tremendo
sacrificio» (Cath. Myst. 5, 9).
El purgatorio se ve lógicamente necesario porque sabemos que muchos mueren
sin haber alcanzado un amor tan grande que hayan podido purificar su vida. Por
otra parte, el perdón que han obtenido de su pecado los salva del castigo
eterno. Para ellos es necesaria una purificación adecuada a sus necesidades.
A este propósito, san Agustín escribe en «De Civitate Dei», 24: «Hay muchos que salen
de esta vida ni tan malos que no merezcan ser mirados con misericordia ni tan
buenos que tengan derecho a entrar enseguida a gozar de la bienaventuranza».
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