lunes, 11 de noviembre de 2019

21. ¿Por qué los católicos prohíben la lectura de la Biblia?. Apologetica




OBJECIÓN:
Si la Biblia es la palabra de Dios, ¿Por qué los católicos se han opuesto a su difusión prohibiendo su lectura?

No negamos que ha habido casos de restricción por las arbitrariedades de algunos, que han querido interpretar a su antojo la Biblia. Pero no hay que generalizar estas precauciones, ni hay motivo para llamarlas «prohibiciones» sin atender a la historia.

La Iglesia Católica, que Jesús fundó sobre el cimiento de los Apóstoles, siempre ha difundido la palabra de Dios, porque recibió esta consigna de parte del mismo Cristo. Esto se expresa claramente en Mt 28, 19 y Mc 16, 15.

En el s. IV, san Jerónimo realizó la traducción de la Biblia a la lengua hablada por el pueblo, el latín; durante la Edad Media, los monjes empleaban gran parte del día transcribiendo textos de la Biblia. Con acciones como éstas, la Sagrada Escritura podía llegar a más personas, y no sólo a unos cuantos entendidos.

Los libros y sermones de esa época que han llegado hasta nosotros, están saturados de textos bíblicos, tan atinadamente comentados, que asombran a los estudiosos de hoy. Cincuenta y cuatro años antes que Martín Lutero publicara en alemán el Nuevo Testamento, los católicos de Alemania habían empezado a traducir la Biblia. Cuando Lutero dio a la imprenta su «traducción», ya había en alemán 19 ediciones de la Biblia, obras todas de los católicos, según se lee en la «Historia de Alemania» de Janssen. Y toda Europa se vio favorecida por el trabajo de los traductores católicos. Desde el 1450 hasta 1520 se publicaron 156 ediciones en latín, 6 de hebreo y 26 en diferentes lenguas europeas, incluyendo el ruso.

También existen numerosos escritos de los papas, en los que se recomienda la lectura de la Biblia. En 1788, Pío VI escribía al arzobispo de Florencia:

«Te alabo la feliz idea de hacer circular por la masa del pueblo ejemplares de la Biblia. Ella será el antídoto contra esa peste de libros infames, tan divulgados y leídos hoy, hasta por el vulgo ignorante. La Sagrada Escritura es un manantial riquísimo del que se puede y debe sacar en abundancia pureza de doctrina, con la que se han de mejorar las costumbres y se han de arrancar de raíz los errores.»

Pocos años más tarde, Pío VII escribió a los Vicarios Apostólicos de Inglaterra una carta concebida en idénticos términos. En 1893, León XIII escribió una Encíclica sobre la Biblia en la que nos urge a poner en ella la debida atención:

«Bebamos en esa gran fuente de revelación católica, que debe ser asequible a todo el rebaño de Jesucristo; fuente purísima de aguas siempre cristalinas, porque no sufriremos jamás el menor atentado de enturbiarlas o corromperlas. Con la lectura de la Biblia se ilumina y robustece la inteligencia, el corazón se enciende y todo el hombre se resuelve a progresar en la virtud y en el amor Divino.»

Como se ve por estos pocos documentos, la Iglesia Católica siempre ha difundido la Biblia según las circunstancias y los tiempos lo exijan.



20. ¿Es la Tradición contraria a la enseñanza de Cristo?. Apologetica




OBJECIÓN:
¿Con que derecho enseñan los católicos doctrinas que no están en la Biblia? ¿No manifesto Cristo que reprueba la Tradición cuando dijo: «Porque ustedes dejan el mandato de Dios para seguir las tradiciones de los hombre»? (Mc 7, 8).

Siempre es peligroso formarse una idea usando frases sueltas de la Biblia. Puede haber el peligro de sacar conclusiones completamente opuestas a la voluntad de Dios.

En primer lugar hay que aclarar qué entiende la Iglesia Católica por Tradición. Es la misma palabra de Dios comunicada a los hombres oralmente. Parte de la Tradición está contenida en la Sagrada Escritura, y parte llegó a nosotros a través de las enseñanzas de la Iglesia, a la cual el mismo Jesucristo le confió este ministerio: «Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).

Por lo tanto, la Escritura es un fruto de la Tradición: las dos tienen la misma importancia. Por varios años, los Apóstoles enseñaron la palabra de Dios oralmente, luego, se sintió la necesidad de poner por escrito algunos hechos y dichos de nuestro Señor, que los Apóstoles habían visto y escuchado. San Juan termina su evangelio diciendo: «Jesús hizo muchas otras cosas; tantas, que si se escribieran una por una, creo que en todo el mundo no cabrían los libros en que podrían escribirse» (Jn 21, 25).

San Pablo presenta varios textos más que documentan la exisencia y la importancia de la Tradición: «Así que, hermanos, sigan firmes y no se olviden de las tradiciones que les hemos enseñado personalmente y por carta» (2Ts 2, 15). En otra carta dice: «Sigan practicando lo que les enseñé y las instrucciones que les di, lo que me oyeron decir y lo que me vieron hacer: háganlo así y el Dios de paz estará con ustedes» (Flp 4, 9) y tambien en: «Lo que me has oído decir delante de muchos testigos, encárgaselo a hombres de confianza que sean capaces de enseñar a otros» (2Tm 2, 2).

Cabe recordar un testimonio importantísimo del siglo II. Es san Ireneo que vivió en los años 140-205: «En todas las iglesias del mundo se conserva viva la tradición de los apóstoles, pues podemos contar a todos y cada uno de sus sucesores hasta nosotros. ¡Cómo sería largo enumerar aquí la lista de obispos que sucesivamente han ocupado las silla de Roma, la mayor y más antigua de las iglesias, conocidas en todas partes y fundada por San Pedro y San Pablo! La tradición de esta Sede basta para confundir la soberbia de aquellos que por su malicia se han apartado de la verdad, pues, ciertamente, la preeminencia de la Iglesia de Roma es tal, que todas las Iglesias que aún conservan la tradición apostólica están en todo de acuerdo con sus enseñanzas».

Unos cincuenta años más tarde, Orígenes, condenando la opinión herética de que la Biblia era la única fuente de fe, escribió: «Lo único verdaderamente cierto es lo que en nada se aparte de la Tradición eclesiástica y apostólica».

También el Concilio Vaticano II explica la fe de la Iglesia en la Tradición: «La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo. La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la trasmite íntegra a los sucesores de estos; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la Verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación. Por eso la Iglesia no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así, ambas, se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción» (DV 9).


19. ¿Es la existencia del infierno una mala interpretación de la Biblia?. Apologetica




OBJECIÓN:
¿Por qué los sacerdotes nos quieren asustar, enseñando que después de esta vida existe un castigo eterno para los que se portan mal? ¿No es cierto que la palabra judía «sheol» significa «tumba», y a ella bajó Jesucristo, como se lee en el credo?

El credo nos enseña que Cristo «bajó a los infiernos». San Pedro nos explica para qué fue Jesús a ese lugar: «… y de esta manera fue a proclamar su victoria a los espíritus que estaban presos» (1P 3, 19).

Para poder entender la palabra «infierno», y la bajada de Cristo «a los infiernos», veamos qué sentido le daban los judíos a la palabra «sheol». Según Job, el sheol es el «lugar de reunión de todos los vivientes» (Jb 30, 23). Israel imaginaba la vida de ultratumba como una sombra de existencia, sin valor y sin alegría. El sheol es un marco que encierra estas sombras: se lo imagina como una tumba, un «sepulcro» (Sal 30, 11; Ex 28, 8). Allá descienden todos los vivientes (Is 38, 18; Ez 31, 14) y ya no volverán a subir jamás (Sal 88, 10; Jb 7, 9). Por lo tanto, siguiendo la terminología judía, «bajar a los infiernos» quiere decir bajar al lugar de los muertos.

El infierno, como lugar de terribles castigos, es algo muy distinto. Jesucristo, al referirse a este lugar, no habla de un reino donde descansan los muertos, sino del lugar donde los pecadores reciben su castigo en el otro mundo: (Mt 5, 22ss; 10, 28; 18, 9. 33; 23, 15. 33; Mc 9, 43-47; Lc 12, 5).

Veamos algunos de estos textos: «No tengan miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; teman más bien al que puede hacer perecer alma y cuerpo en el infierno» (Mt 10, 28); «Si tu mano te hace caer en pecado, córtatela; es mejor que entres manco en la vida, y no que con las dos manos vayas a parar al infierno, donde el fuego que no se puede apagar. Y si tu pie te hace caer en pecado, córtatelo; es mejor que entres cojo en la vida, y no que con los dos pies seas arrojado al infierno. Y si tu ojo te hace caer en pecado, sácatelo; es mejor que entres con un solo ojo en el reino de Dios, y no que con los dos ojos seas arrojado en el infierno» (Mc 9, 43. 45-47); «Yo les voy a decir a quién deben tenerle miedo: ténganle miedo al que, después de quitar la vida, tiene autoridad para echar en el infierno. Sí, ténganle miedo a él» (Lc 12, 5).

Además de los textos mencionados, hay abundantes pasajes que hacen referencia a este lugar de tormentos (Mt 8, 12; 13, 42. 50; 18, 8; 22, 13; 24, 51; 25, 30. 40). También Juan Bautista habla del mismo lugar: «Trae su aventador en la mano, para limpiar el trigo y separarlo de la paja. Guardará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará» (Lc 3,17).

Lo mismo leemos en Mt 3, 12; en Jud 7, y en el Ap 20, 9-14; 21, 8.

El elemento más importante del infierno es el fuego, como signo de tormentos y dolor: Mt 3,12; 5, 22; 13, 42. 50; 18, 8ss.; Mc 9, 43-47; Lc 3, 17; Jud 7; Ap 20, 9-14; 21, 8. Este fuego es «inextinguible» (Mt 3, 12; Mc 9, 33 ss. 47; Lc 3, 17) o «eterno» (Mt 18, 8; 25, 41; Jud 7). Allí es el llanto y el crujir de dientes de los condenados (Mt 13, 50; 24, 51).

No hay lugar a dudas. Lo más terrible del infierno es que allí el hombre no podrá gozar jamás de la amistad de Dios.

18. ¿Acaso la Biblia habla del purgatorio?. Apologetica




OBJECIÓN:
Los católicos creen en el Purgatorio. ¿En qué parte de la Biblia se habla de este lugar de purificación? ¿Creyeron los primeros cristianos en un estado intermedio entre el cielo y el infierno?

Dos concilios han definido la existencia del purgatorio: el de Florencia y el de Trento. Este último dice textualmente: «La Iglesia Católica, instruida por el Espíritu Santo, basándose en las Escrituras y en la Tradición de los Padres, ha declarado en otros concilios sagrados, y recientemente en este Sínodo Ecuménico, que existe un purgatorio, y que las almas allí detenidas pueden ser ayudadas por los sufragios de los fieles, y principalmente, por el aceptable sacrificio del altar» (sesión 25).

En la Biblia encontramos algunos pasajes que nos obligan a pensar en ese estado de purificación. Se trata de 2Mac 12, 43-46: «Después recogió unas dos mil monedas de plata y las envió a Jerusalén, para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. Hizo una acción noble y justa, con miras a la resurrección. Si él no hubiera creído en la resurrección de los soldados muertos, hubiera sido innecesario e inhutil rezar por ellos. Pero como tenía en cuenta que morían piadosamente los aguardaba una gran recompensa, su intención era santa y piadosa. Por eso hizo ofrecer ese sacrificio por los muertos, para que Dios les perdonara sus pecado».

A los soldados caídos en la guerra se hallaron amuletos. Aquellos hombres se habían apoderado de ellos por superstición o por la codicia en el ataque a la ciudad de Yamnia. La ley Prohibía el uso de amuletos, y la muerte de aquellos hombres fue considerada como un castigo. Mas, como esos hombres habían muerto luchando por Yahvé, Judas organizó una colecta y envió dos mil monedas a Jerusalén, a fin de que ahí se ofreciera un sacrificio por los caídos, implorando a Dios su perdón.

En el Nuevo Testamento encontramos que el Señor habla de «pecados que pueden ser perdonados en la otra vida» (Mt 12, 32). Esta «otra vida», en la que se perdonan los pecados, los Santos Padres la llamaron «purgatorio».

En 1Co 3, 10-15, san Pablo habla de un fuego que «probará la obra de cada cual». Orígenes, San Jerónimo, san Ambrosio, y san Agustín concuerdan al decir que en este pasaje el apóstol se refiere al purgatorio. También encontramos en otros escritos de los Padres la misma creencia en el purgatorio.  

Tertuliano (160-240) habla dos veces sobre las misas que se celebran el día del aniversario del difunto: «Ofrecemos sacrificios por los muertos una vez al año, como si celebráramos su onomástico» (De Cor.  Mil. 3).

«La viuda fiel hace oración por el alma de su esposo difunto, pidiendo por el refrigerio y compañía con ella después de resucitados: y con este objeto hace oblaciones del día del aniversario de su muerte» (De Monog 10).

San Agustín escribe en su libro «Confesiones» lo que le dijo Santa Mónica, su madre: «Entierra este cadáver donde quieras; no te aflija en modo alguno su cuidado. Lo que sí te encarezco es que donde quiera que estés te acuerdes de mí ante el altar del Señor» (Confes. 11, 27).

San Cirilo de Jerusalén (315-386) escribe: «Luego rogamos por los santos Padres y por los obispos que nos han precedido, así como por todos los que han muerto en comunión con nosotros, pues creemos que las almas por las cuales se ruega reciben gran ayuda mientras se celebra el santo y tremendo sacrificio» (Cath. Myst. 5, 9).

El purgatorio se ve lógicamente necesario porque sabemos que muchos mueren sin haber alcanzado un amor tan grande que hayan podido purificar su vida. Por otra parte, el perdón que han obtenido de su pecado los salva del castigo eterno. Para ellos es necesaria una purificación adecuada a sus necesidades.

A este propósito, san Agustín escribe en «De Civitate Dei», 24: «Hay muchos que salen de esta vida ni tan malos que no merezcan ser mirados con misericordia ni tan buenos que tengan derecho a entrar enseguida a gozar de la bienaventuranza».


17. ¿Quién nos asegura que existe el paraíso?. Apologetica



OBJECIÓN:
Nadie sabe lo que hay después de la muerte, porque ninguno ha venido de la otra vida a contarnoslo. Por lo tanto, el paraiso y el infierno los tenemos aquí en la tierra, donde hay vida.

Hay muchas personas que no creen en la vida después de la muerte por dos motivos: primero porque no les conviene que ésta exista; segundo por ignorancia. Creer en el premio o castigo de las obras que uno hace, obliga muchas, veces a cambiar de vida. Por ignorancia dicen que creerían si alguien viniera del «más allá» a decírselos. Efectivamente, Alguien (con mayúscula) vino a decírnoslo: Jesucristo.

Veamos algunas citas del evangelio, donde Jesucristo nos habla del paraíso, llamándole con varios nombres: «Reino de los Cielos», «Reino de Dios», «Reino del Padre», «Vida Eterna».

En Mt 5, 3 leemos: «Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos». Lo mismo que en Mt 13, 40-43, Jesús nos habla del castigo y del premio eterno: «Así como la mala hierba se recoge y se echa al fuego para quemarla, así sucederá también al fin del mundo. El Hijo del hombre mandará a sus ángeles a recoger de su reino a todos los que hacen pecar a otros, y a los que practican el mal. Los echarán en el horno encendido, y vendrán el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Los que tienen oídos, oigan».

Veamos dos citas más, en donde Jesús llama al Paraíso de manera distinta: «Y si tu ojo te hace caer en pecado, sácatelo; es mejor que entres con un solo ojo en el reino de Dios, y no que con los dos ojos seas arrojado al infierno, donde los gusanos no mueren y el fuego no se apaga» (Mc 9, 47-48) y cuando le llama «mi Reino» a la morada definitiva de los hombres: «…y ustedes comerán y beberán a mi mesa en mi reino, y se sentarán en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Lc 22, 30).

En otras partes de la Biblia se nos dice algo sobre nuestra condición de bienaventurados: «Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos. Lo que se entierra es corruptible; lo que resucita es incorruptible. Lo que se entierra es despreciable; lo que resucita es glorioso. Lo que se entierra es débil; lo que resucita es fuerte. Lo que se entierra es un cuerpo material; lo que resucita es un cuerpo espiritual. Si hay cuerpo material, también hay cuerpo espiritual» (1Co 15, 42-44).

La intimidad que el alma tendrá con Dios en el cielo, sus relaciones con los santos, su inmunidad contra todo pecado, son gozos que nuestro entendimiento no puede alcanzar: «Pero como se dice en la Escritura: “Dios ha preparado para los que lo aman cosas que nadie ha visto ni oído, y ni siquiera pensado”» (1Co 2, 9). La felicidad suprema que allí se goza excluye forzosamente todo mal, sea moral o físico: «Secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha dejado de existir» (Ap 21, 4).


16. ¿Existe la predestinación?. Apologetica




OBJECIÓN:
¿Desde que nace una persona esta ya elegida para salvarse o condenarse?


Muchos creen en la existencia de un destino que está marcado desde el día de su nacimiento. Los sinsabores de la vida, y el anhelo de la realización personal, hacen que muchas personas intenten buscar en este destino, la explicación de sus males y los éxitos de otros.

Quien vive resignado, pensando que sus males no tienen remedio porque son consecuencia inevitable de su «mala estrella», o «mala suerte», se autodestruye en el pesimismo y, amargado, contempla el triunfo de los que, según él, nacieron para triunfar.

No hay en la Sagrada Escritura afirmación alguna de una doble predestinación, sí de una elección. Tampoco se niega la condenación del hombre. El hombre tiene libertad para condenarse si rechaza libre y voluntariamente la iniciativa de Dios, su Padre; o salvarse si cree en su Palabra y la pone por obra. No es Cristo el que condena, sino el hombre quien se condena a sí mismo por no haber creído en Él (cf. Jn 3,17), y por no haberlo amado en sus semejantes (cf. Mt 25, 31-45). Dios no ha predestinado a nadie al infierno.

En el Antiguo Testamento no aparece la palabra predestinación, pero sí existía entonces la idea clara de la elección de parte de Dios. Por su bondad y sin mérito alguno, Dios escoge al Pueblo de Israel y a lo largo de la Historia de la Salvación elige también a hombres y mujeres con la finalidad de llevar adelante su propósito redención. En el Nuevo Testamento aparece ya una idea más clara de la voluntad de divina, en cuanto a sus designios de salvacion universal (cf. Tm 2, 4).

La doctrina de la Predestinación a la Salvación es desarrollada por san Pablo: «en Cristo, Dios nos ha elegido desde antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en el amor, predestinado en la adopción como hijos suyos en Cristo…» (Ef 1, 4-5; cf. Rm 8, 28-30). Pero esta iniciativa divina no elimina la libertad humana.

Algunos siglos después, san Agustín supo conjugar dos enseñanzas aparentemente opuestas de la Escritura: la gratuidad de la predilección divina por el «elegido» san Pablo y el amor de Dios a todos los hombres. Nunca enseñó la predestinación a la perdición; tampoco que Dios prefiere a unos y desecha a otros, pues quien es el Justo por excelencia no puede rechazar a alguien sin culpa. La elección de Dios a todos los hombres para la salvación incluye la libertad: «el que te creó sin ti, no te salvará sin ti», decía el obispo de Hipona.

Pensar que todo esfuerzo es inútil, pues de todos modos habrá salvación, es olvidar que la colaboración del hombre con Dios también está prevista eternamente por Él. Lo que resulte de la existencia terrena de cada individuo se verificará en el juicio final (cf. Mt 25, 31-45). Los santos que han sido canonizados por la Iglesia dan testimonio de que una vida de esfuerzo, de amor y de virtud es reflejo del obrar de Dios (cf. Jn 3, 13 ss).

El hombre debe descifrar los acontecimientos adversos de su vida para interpretar qué es lo que quiere Dios de él: la conversión y la renuncia al pecado, a los complejos, a las posiciones absurdas. Debe poner atención a las cuestiones personales que hay que cambiar para renovarse y ser «hombre nuevo» (cf. Jn 3, 1-12; cf. 2Co 4, 16-18), en vez de justificarse con la absurda idea de ser predestinado a vivir mal.


15. ¿Por qué la Biblia dice que son 144 mil los que se salvarán?. Apologetica




En Apocalipsis 7 encontramos el número de los que se podrán salvar: 144 mil. Este número tan pequeño en comparación a la gran cantidad de gente que ha habido y habrá, no deja de preocupar a quien tiene deseo de salvarse. ¿Por qué el Señor estableció para salvar a tan poca gente?

La enseñanza que divulgan los Testigos de Jehová con respecto al número de los salvados esta tomado de Ap 14, 1.3. Pero, según ellos, para que uno no se desanime y se adhiera a su secta, dan otra posibilidad de salvarse a medias.

He aquí lo que enseñan en su libro «La verdad que lleva a la Vida Eterna»:

«Vi al Cordero, que estaba de pie sobre el monte Sión. Con él había ciento cuarenta y cuatro mil personas que tenían escrito en la frente el nombre del Cordero y de su Padre. Y cantaban un canto nuevo delante del trono y delante de los cuatro seres vivientes y de los ancianos. Ninguno podía aprender aquel canto, sino solamente los ciento cuarenta y cuatro mil que fueron salvados de entre los de la tierra» (Ap 14,1.3).

«Los que son llamados por Dios para participar en tal servicio celestial son pocos. Como Jesús dijo, son un “rebaño pequeño”. Años después de su regreso al cielo, Jesús dio a saber el número exacto en una visión dada al apóstol Juan, quien escribió: “Vi y ¡miren! El Cordero de pie sobre el monte Sión y con él ciento cuarenta y cuatro mil… que han sido comprados de la Tierra.

No obstante, los del “rebaño pequeño” que va al cielo no son los únicos que reciben salvación. Como hemos visto, tendrá súbditos terrestres felices. Jesús se refirió a éstos como sus “otras ovejas” de las cuales aún ahora una gran muchedumbre sirve a Dios fielmente» (Pág. 77).

El sistema que usan los Testigos de Jehová consiste en sacar los textos que les conviene, pero esto es muy arbitrario. No tienen en cuenta el contexto, mueven a su antojo el punto y la coma, y cambian el sentido en la traducción.

Ante todo hay que notar que, en el Apocalipsis, san Juan utiliza con profusión el simbolismo de los números: el 12 significa la perfección y el 1,000 una multitud indeterminada. Los144, 000 (12 al cuadrado significa la perfección y 1,000 una multitud indeterminada) representan, por consiguiente, la multitud de los fieles de Cristo, que son un número indefinido.

Es un error craso el despojar estos números del simbolismo, pues de tomarlos al pie de la letra, esta afirmación se opondría a otros textos bíblicos que afirman que la salvación esta abierta a todos, y no a un número determinado de personas: «…pues él quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad» (1Tm  2, 4).

La distinción que hacen los Testigos entre los 144, 000 y los demás «terrestres felices», no tiene fundamento alguno en la Biblia, sino y solamente en su fantasía. Dios en efecto, quiere que todos los hombres, sin distinción, lleguen al Reino de los Cielos.

Dice San Pablo: «No hay diferencia entre los judíos y los no judíos; pues el mismo Señor es Señor de todos, y da con abundancia a todos los que lo invocan. Porque esto es lo que dice: “Todos los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación”» (Ro 10, 12-13).

Lo mismo afirma San Pedro: «… Ahora entiendo que deveras Dios no hace diferencia entre una persona y otra, sino que en cualquier nación acepta a los que lo reverencian y hacen lo bueno» (Hch 10, 34-35).

En ninguna parte del evangelio leemos que Cristo vino solamente para un grupo de privilegiados. Al contrario, su interés para con los pecadores demuestra su deseo de salvar a todos los hombres: «Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido» (Lc 19, 10). Por eso ordenó a sus Apóstoles que fueran a predicar «a toda la creación»: «Y les dijo: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena noticia”» (Mc 16, 15).

El evangelio también ignora cualquier otro género de salvación que no sea la felicidad celestial. Nuestro Señor mismo nos dijo en qué consiste esta felicidad: «Y la vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste» (Jn 17, 3).

En cuanto a los textos que presentan los Testigos de Jehová para describir la nueva tierra, que prometen a los que no pueden formar parte de los 144,000, son de dos clases: del Antiguo Testamento y del Apocalipsis. En el Antiguo Testamento, los profetas describían la felicidad que esperaba a los desterrados valiéndose de imágenes poéticas y de prosperidad material. Así acentuaban la alegría que daría el Mesías. El texto del Apocalipsis que hace mención del «cielo nuevo y tierra nueva» (Ap 21, 1), es idéntico al de Isaías 65, 17. Se trata claramente de una imagen de la Patria Celestial.

San Juan no pone ninguna oposición entre el cielo y la tierra, como si dos grupos diferentes debieran habitar el uno y la otra. Al contrario, aparece claramente que se trata de una sociedad completa y única de todos los que serán salvados: «Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de la presencia de Dios. Estaba arreglada como una novia vestida para su prometido. Y oí una fuerte voz que venía del tono, y que decía: Aquí está el lugar donde Dios vive con los hombres. Vivirá con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos como su Dios» (Ap 21, 2-3).

Evidentemente, el «cielo nuevo y la tierra nueva» forman una sola patria, la de los bienaventurados que alcanzarán la salvación.

14. ¿Está cerca el fin del mundo?. Apologetica


OBJECIÓN:
Leyendo Mt 24 y considerando los acontecimientos actuales, ¿no parece que ya estamos muy cerca del fin del mundo?

No hay duda de que si uno quiere apoyar esta conclusión con algunas frases de la Biblia, encontraría bastante material. Lo incorrecto de este proceder es tomar algunos textos prescindiendo de los demás, que afirman lo contrario, y cerrar los ojos ante las realidades históricas, que han demostrado lo contrario de ciertas afirmaciones categóricas al respecto.

Nuestro Señor Jesucristo habla de su venida con una fuerza que no admite duda alguna, el anuncio de su Segunda Venida –Parusia- es el núcleo de su enseñanza: «En cuanto al día y la hora nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre» (Mt 24, 36).

Cristo compara la incertidumbre de su venida con el asalto nocturno de un ladrón (Mt 24, 42-44). Las parábolas sobre la vigilancia (Mt 24, 36; 25, 13) ilustran el mismo concepto: la absoluta certeza de su venida y la absoluta incerteza sobre el tiempo de su llegada.

Los primeros cristianos estaban muy preocupados por no saber entender los textos que parecen anunciar la inminente venida del Señor Jesús. San Pablo los amonesta:

«Ahora, hermanos, en cuanto al regreso de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, les rogamos que no cambien fácilmente de manera de pensar ni se dejen asustar por nadie que diga haber tenido una revelación del Espíritu, o haber recibido una enseñanza dada de palabra o por carta, según la cual, nosotros habríamos afirmado que el día del regreso del Señor ya llegó. No se dejen engañar de ninguna manera. Pues antes de aquel día tiene que venir la rebelión contra Dios, cuando aparezca el hombre malvado, el que está condenado a la perdición» (2Ts 2, 1-3).

Los Apóstoles no sabían cuándo sería la venida del Señor. Y si tenían la sensación de que ésta era inminente, se sirvieron de ello para subrayar las enseñanzas de Jesús, exhortando a los discípulos a estar preparados:

«Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. Entonces los cielos se desharán con un ruido espantoso, los elementos serán destruidos por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, quedará sometida al juicio de Dios» (2P 3, 10).

Todo esto debe hacernos pensar en nuestro encuentro con el Señor, que coincide con el momento de nuestra muerte. Cada vez que uno de nuestros hermanos pasa a la otra vida, debemos reflexionar sobre el fin del mundo material, y prepararnos como se debe para nuestra propia muerte. Hay que corregir ciertas desviaciones que no nos llevan al Reino de Dios.

Como ya se ha dicho, además de saber interpretar la p alabra de Dios, es necesario conocer la realidad histórica. Desde hace mucho tiempo algunos «falsos profetas» han anunciado el inminente fin del mundo y hasta fijaron fechas en que éste debía ocurrir. Muchos creían que el año dos mil iba a marcar este fin del mundo. Pero no fue así. Últimamente los Testigos de Jehová han ido asustando a la gente para crear un estado de nerviosismo entre los desprevenidos y asegurarles la salvación a cuantos se adhieren a su secta.

El fundador de esta secta, que entre otros errores niega la divinidad de Jesucristo, Carlos Rusell, profetizó que la venida del Señor iba a ser el año 1914. Según él, en esta fecha Jerusalén iba a ser una ciudad libre del dominio pagano. También profetizó que en 1914 se acabaría la Iglesia Católica. Y no sólo eso, sino que este mismo año marcaría también la destrucción de todos los gobiernos, bancos, escuelas e iglesias.

Cuando llegó el fatídico año, viendo que no había ocurrido nada, los Testigos de Jehová postergaron la fecha una y otra vez. Rusell murió en 1916. Lo sucedió Joseph F. Rutherford, que continuó anunciando el fin del mundo con nuevas fechas, fruto de «nuevos estudios». Para él, el año 1925 era el año del reino de Dios; en esta fecha iban a resucitar 70 patriarcas. Para acoger a estos resucitados, los Testigos de Jehová construyeron una hermosa mansión llamada «la Casa de los Patriarcas» en San Diego, California. Pero Rutherford terminó ocupándola, y hasta hoy nadie ha hecho caso a su profecía. ¿Hasta cuándo continuará engañando a los desprevenidos?

Para no caer en lo ridículo, es mejor atenerse a las palabras de Cristo, que aseguró que nadie sabe ni el día ni la hora, y que es preciso estar siempre prevenidos (Mc 13, 32).




13. ¿Está prohibido comer la sangre de los animales?. Apologetica




OBJECIÓN:
Entre las cosas esenciales que los apóstoles mandaron observar en el concilio de Jerusalén, está la prohibición de comer la sangre de animales (Hch 15, 29). ¿Por qué los católicos no observan este precepto tan importante?

A quienes no han profundizado suficientemente en la palabra de Dios, esto podría ponerlos en crisis. Como dijimos en el tema anterior, no hay que tomar los textos de la Biblia aisladamente, pues se corre el peligro de contraponerlos y mal interpretarlos. Es importante tener presente aquellos textos que aparentemente son contradictorios para estudiarlos y comprender la verdadera enseñanza.

Ante todo veamos por qué se prohibía comer la sangre de los animales. En el Antiguo Testamento la sangre es considerada el «alma» que da la vida: «Yo pediré cuentas a cada hombre y a cada animal de la sangre de cada uno de ustedes. A cada hombre le pediré cuentas de la vida de su prójimo» (Gn 9, 5).

«… Porque todo ser vive por la sangre que está en él, y yo se la he dado a ustedes en el altar para que por medio de ella puedan ustedes pagar el rescate por su vida, pues es la sangre la que paga el rescate por la vida. “Por lo tanto, digo a los israelitas: Ninguno de ustedes, ni de los extranjeros que viven entre ustedes, debe comer sangre”» (Lv 17, 11-12); «Pero de ninguna manera deben comer la sangre, porque la sangre es la vida; así que no deben comer la vida junto con la carne» (Dt 12, 23).

Puesto que la vida pertenece a Dios, que es quien la da, es natural que le prohíba al hombre comer la sangre (Sal 104, 29). Esta es la mentalidad judía y la conclusión lógica que sacan los apóstoles cuando surgen los primeros problemas entre los paganos convertidos y los judíos, que quieren imponerles todas sus tradiciones. Pero una vez superado el problema coyuntural con los judíos, la enseñanza queda clara y sin peligro de ser mal interpretada.

Excepto uno de ellos (Hch 21, 25) todos los textos del Nuevo Testamento, relativos a este tema, declaran superada esta mentalidad. Veamos algunos:
«Luego Jesús llamó a la gente y dijo: “Escuchen y entiendan: lo que entra por la boca del hombre no es lo que lo hace impuro. Al contrario, lo que hace impuro al hombre es lo que sale de su boca”» (Mt 15, 11).

«Porque el reino de Dios no es cuestión de comer o beber determinadas cosas, sino de vivir en justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo» (Rm 14, 17).
«Por tanto, que nadie los critique a ustedes por lo que comen o beben, o por cuestiones tales como días de fiesta, lunas nuevas o sábados» (Col 2, 16-17).
«Claro que el que Dios nos acepte no depende de lo que comemos; pues no vamos a ser mejores por comer, ni peores por no comer. Pero eviten que esa libertad que ustedes tienen hagan caer en pecado a los que son débiles en su fe» (1Co 8, 8-9).

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Oracion para despues de la confesion




ORACIÓN PARA DESPUÉS DE LA CONFESIÓN

Gracias  Señor, por la gran bondad que conmigo has tenido al llamarme  a la penitencia, y librando mi conciencia, por medio de la absolución sacramental, del peso que abruma mis culpas. Ahora que tengo la dicha de estar en tu santa gracia, yo te pido de nuevo que no permitas que vuelva jamás a perderla por el pecado; dame fuerza y resolución para cumplir mis propósitos de no volver nunca a ofenderte; a fin de que, portándome en vida como fiel hijo tuyo, merezca llegar a la vida eterna.