En la ordenación diaconal el candidato recibe el encargo de un servicio propio dentro del
orden. Porque representa a Cristo como el que no ha venido a «ser servido sino a servir y a dar
su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28). En la liturgia de ordenación se dice: «En el servicio
de la Palabra, del altar y de la caridad, el DIÁCONO está disponible para todos». [15691571]
El prototipo del DIÁCONO es el mártir san Esteban. Cuando los APÓSTOLES, en la comunidad
primitiva de Jerusalén, se vieron desbordados por la abundancia de tareas caritativas, buscaron a siete
hombres «para servir las mesas», que fueron ordenados por ellos. Esteban, el primero en ser nombrado,
actuó «lleno de gracia y poder» a favor de la nueva fe, así como de pobres de la comunidad. Después de que
durante siglos el diácono haya sido sólo un grado del Orden en el camino al presbiterado, hoy es
nuevamente una vocación independiente para célibes y para casados. Por un lado era preciso destacar con
ello de nuevo el carácter de servicio de la Iglesia, por otro se quería, como en la Iglesia primitiva, poner
junto a los PRESBÍTEROS un estado que asuma determinados encargos pastorales y sociales de la Iglesia.
También la ordenación diaconal marca al ordenado para toda la vida y de modo irrevocable. 140
1570. Los diáconos participan de una manera especial en la misión y
la gracia de Cristo (cf. LG 41; AG 16). El sacramento del Orden los
marco con un sello («carácter») que nadie puede hacer desaparecer y
que los configura con Cristo que se hizo "diácono", es decir, el
servidor de todos (cf. Mc 10,45; Lc 22,27; San Policarpo de
Esmirna, Epistula ad Philippenses 5, 25,2). Corresponde a los
diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la
celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la
distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y
bendecirlo, proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias y
entregarse a los diversos servicios de la caridad (cf. LG 29;
cf. SC 35,4; AG 16).
1571. Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia latina ha restablecido el
diaconado "como un grado propio y permanente dentro de la jerarquía"
(LG 29), mientras que las Iglesias de Oriente lo habían mantenido siempre.
Este diaconado permanente, que puede ser conferido a hombres casados,
constituye un enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia. En
efecto, es apropiado y útil que hombres que realizan en la Iglesia un
ministerio verdaderamente diaconal, ya en la vida litúrgica y pastoral, ya en
las obras sociales y caritativas, "sean fortalecidos por la imposición de las
manos transmitida ya desde los Apóstoles y se unan más estrechamente al
servicio del altar, para que cumplan con mayor eficacia su ministerio por la
gracia sacramental del diaconado" (AG 16).
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