No todo el mundo está llamado al matrimonio. A algunas personas Jesús les muestra un
camino particular; les invita a vivir renunciando al matrimonio «por el reino de los cielos» (Mt
19,12). También las personas que viven solas por otros motivos distintos pueden tener una vida
plena. [16181620]
No pocas veces Jesús llama a algunas personas también a una cercanía especial con él. Éste es el caso
cuando experimentan en su interior el deseo de renunciar al matrimonio «por el reino de los cielos». Esta
vocación no supone nunca un desprecio del matrimonio o de la sexualidad. El celibato voluntario sólo puede
ser vivido en el amor y por amor, como un signo poderoso de que Dios es más importante que cualquier otra
cosa. El célibe renuncia a la relación sexual, pero no al amor; sale anhelante al encuentro de Cristo, el
esposo que viene (Mt 25,6). Muchas personas que viven solas por otros distintos motivos sufren por su
soledad, la experimentan únicamente como carencia y desventaja. Pero una persona que no tiene que
preocuparse de una pareja o de una familia, disfruta también de libertad e independencia y tiene tiempo de
hacer cosas importantes y llenas de sentido para las que no tendría tiempo una persona casada. Quizás sea
voluntad de Dios que se ocupe de personas por las que nadie más se preocupa
1618. Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con Él
ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o
sociales (cf. Lc 14,26; Mc 10,28-31). Desde los comienzos de la
Iglesia ha habido hombres y mujeres que han renunciado al gran bien
del matrimonio para seguir al Cordero dondequiera que vaya
(cf. Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor, para tratar de
agradarle (cf. 1 Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene
(cf. Mt 25,6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo
de vida del que Él es el modelo:
«Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos
por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el
Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda» (Mt 19,12)
1620. Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la
virginidad por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es Él quien
les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos
conforme a su voluntad (cf. Mt 19,3-12). La estima de la virginidad
por el Reino (cf. LG 42; PC 12; OT 10) y el sentido cristiano del
Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente:
«Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad;
elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde a la
virginidad. Pero lo que por comparación con lo peor parece bueno, no es
bueno del todo; lo que según el parecer de todos es mejor que todos los
bienes, eso sí que es en verdad un bien eminente» (San Juan
Crisóstomo, De virginitate, 10,1; cf. FC, 16)
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