La Iglesia tiene un gran respeto ante la capacidad que tiene una persona para
mantener una promesa y para comprometerse en fidelidad para toda la vida. Ella le
toma la palabra. Cualquier matrimonio puede correr peligro a causa de alguna
crisis. El diálogo, la oración (en común), a veces también la ayuda especializada,
pueden ayudar a salir de la crisis. Y en especial, el recuerdo de que en todo
matrimonio sacramental hay un tercero en la unión, Cristo, puede encender de
nuevo la esperanza. Pero a quien su matrimonio se ha vuelto insoportable, o a quien
está expuesto a violencia psíquica o física, le está permitido separarse. Esto se
denomina una «separación de mesa y cama», que debe ser comunicada a la Iglesia.
Aunque en estos casos se ha roto la convivencia, el matrimonio sigue siendo válido.
[1629,1649]
Ciertamente también hay casos en los que la crisis de un matrimonio se debe atribuir en
último término a que uno de los cónyuges o ambos no eran capaces de contraer matrimonio en
el momento del enlace o no aportaban una voluntad plena de contraerlo. Entonces el
matrimonio es inválido en el sentido jurídico. En estos casos se puede instruir un proceso de
nulidad ante los tribunales eclesiásticos. 424
1629. Por esta razón (o por otras razones que hacen nulo e inválido el
matrimonio [cf. CIC can. 1095-1107]), la Iglesia, tras examinar la situación
por el tribunal eclesiástico competente, puede declarar "la nulidad del
matrimonio", es decir, que el matrimonio no ha existido. En este caso, los
contrayentes quedan libres para casarse, aunque deben cumplir las
obligaciones naturales nacidas de una unión precedente anterior (cf.
CIC, can. 1071 § 1,
1649. Existen, sin embargo, situaciones en que la convivencia matrimonial
se hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la
Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación.
Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres
para contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución
sería, si es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a
ayudar a estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al
vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble (cf. FC; 83; CIC can
1151-1155).
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