El matrimonio es indisoluble por tres razones.
Por un lado porque corresponde a la esencia del amor el entregarse
mutuamente sin reservas;
luego porque es una imagen de la fidelidad incondicional de Dios a su
creación;
y es también indisoluble, finalmente, porque representa la entrega de
Cristo a su Iglesia, que llegó hasta la muerte en Cruz [1605, 16121617,
1661]
En un tiempo en el que en muchos sitios se rompen 50% de los matrimonios,
cada uno que perdura es un gran signo, en definitiva un signo de Dios. En esta
tierra en la que tantas cosas son relativas, los hombres deben creer en Dios, el
único absoluto. Por eso todo lo que no es relativo es tan importante: alguien
que dice absolutamente la verdad o es absolutamente fiel. La fidelidad
absoluta en el matrimonio no es tanto un testimonio del logro humano como de
la fidelidad de Dios, que siempre está presente, aun cuando a todas luces le
traicionamos y le olvidamos. Casarse por la Iglesia
1661. El sacramento del Matrimonio significa la unión de Cristo con
la Iglesia. Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que
Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el
amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los
santifica en el camino de la vida eterna (cf. Concilio de
Trento: DS 1799).
1660. La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer
constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y
dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está
ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación y
educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido
elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento
(cf. GS 48,1; CIC can. 1055 §1)
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