Lo que amenaza realmente al matrimonio es el pecado; lo que lo
renueva es el perdón; lo que lo fortalece es la oración y la confianza en
la presencia de Dios. [16061608]
El conflicto entre hombres y mujeres, que precisamente en los matrimonios
llega en ocasiones al odio recíproco, no es una señal de la incompatibilidad de
los sexos; tampoco hay una disposición genética a la infidelidad o una limitación
psíquica especial ante compromisos para toda la vida. Ciertamente muchos
matrimonios están en peligro por la falta de una cultura del diálogo o la falta
de respeto. A ello se añaden problemas económicos y sociales. El papel decisivo
lo tiene la realidad del pecado: celos, despotismo, riñas, concupiscencia,
infidelidad y otras fuerzas destructoras. Por ello el perdón y la reconciliación
forman parte esencial de todo matrimonio, también a través de la confesión.
1608. Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque
gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y
la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia
infinita, jamás les ha negado (cf. Gn 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y
la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la
cual Dios los creó "al comienzo".
1606. Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón,
vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en
las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del
hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de
dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir
hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera
más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las
culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo
de carácter universal
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