El mal sólo es aparentemente digno de interés y
decidirse por el mal sólo hace libre en apariencia.
El mal no da la felicidad, sino que nos priva del
verdadero bien; nos ata a algo carente de valor y
al final destruye toda nuestra libertad. [17301733,
17431744]
Esto lo vemos en la adicción. En ella un hombre vende su
libertad a cambio de algo que le parece bueno. En
realidad se convierte en esclavo. El hombre es
perfectamente libre cuando dice siempre sí al bien;
cuando ninguna adicción, ninguna costumbre, le impiden
elegir y hacer lo que es justo y bueno. La decisión por el
bien es siempre una decisión orientada a Dios. 51
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I
1730. Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de
una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. ―Quiso
Dios ―dejar al hombre en manos de su propia decisión‖ (Si 15,14), de
modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a Él,
llegue libremente a la plena y feliz perfección‖ (GS 17):
«El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y
dueño de sus actos» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 4, 3).
1743. Dios [...] ha querido “dejar al hombre [...]en manos de su
propia decisión” (Si 15,14), para que pueda adherirse libremente a su
Creador y llegar así a la bienaventurada perfección (cf. GS 17, 1).
1744. La libertad es el poder de obrar o de no obrar y de ejecutar
así, por sí mismo, acciones deliberadas. La libertad alcanza su
perfección, cuando está ordenada a Dios, el supremo Bien.
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