Se llega a ser prudente aprendiendo a distinguir
lo esencial de lo accidental, a ponerse las metas
adecuadas y a elegir los mejores medios para
alcanzarlas. [1806, 1835]
La virtud de la prudencia regula todas las demás.
Porque la prudencia es la capacidad de reconocer lo
justo. Quien quiera vivir bien, debe saber qué es el
«bien» y reconocer su valor. Como el comerciante en el
Evangelio: «al encontrar una perla de gran valor se va
a vender todo lo que tiene y la compra» (Mt 13,46). Sólo
el hombre que es prudente puede aplicar la justicia, la
fortaleza Y la templanza para hacer el bien.
1806. La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a
discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los
medios rectos para realizarlo. ―El hombre cauto medita sus pasos‖
(Pr 14, 15). ―Sed sensatos y sobrios para daros a la oración‖ (1 P 4, 7).
La prudencia es la ―regla recta de la acción‖, escribe santo Tomás
(Summa theologiae, 2-2, q. 47, a. 2, sed contra), siguiendo a
Aristóteles. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la
doblez o la disimulación. Es llamada auriga virtutum: conduce las
otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la prudencia quien guía
directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y
ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos
sin error los principios morales a los casos particulares y superamos
las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos
evitar.
1835. La prudencia dispone la razón práctica para discernir, en toda
circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para
realizarlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario