Debemos cultivarnos a nosotros mismos para
poder practicar el bien con alegría y facilidad. A
ello nos ayuda en primer término la fe en Dios,
pero también el hecho de vivir las virtudes; es
decir, que con la ayuda de Dios formemos en
nosotros actitudes firmes, no nos entreguemos a
ninguna pasión desordenada y orientemos las
potencias de la razón y de la voluntad cada vez
más inequívocamente hacia el bien. [18041805,
18101811, 1834,1839]
Las principales virtudes son: prudencia, justicia,
fortaleza y templanza. Se las llama también «virtudes
cardinales» (del lat. cardo = perno, gozne de la puerta,
o bien cardinalis = importante).
1804. Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones
estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad
que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra
conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y
gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el
que practica libremente el bien.
Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas.
Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos.
Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el
amor divino
1805. Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se
las llama ―cardinales‖; todas las demás se agrupan en torno a ellas.
Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. ―¿Amas
la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña
1733
1768
2500
1827
1788
1780
2095
2401
la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza‖ (Sb 8, 7). Bajo
otros nombres, estas virtudes son alabadas en numerosos pasajes de la
Escritura
1810. Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación,
mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre
en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la
ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien.
El hombre virtuoso es feliz al practicarlas.
1834. Las virtudes humanas son disposiciones estables del
entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan
nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe.
Pueden agruparse en torno a cuatro virtudes cardinales: prudencia,
justicia, fortaleza y templanza
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