martes, 20 de agosto de 2019

309. ¿Qué es la caridad? -CATEQUESIS-



La caridad es la virtud por la que nosotros,  que hemos sido amados primero por Dios,  nos podemos entregar a Dios para unirnos a  él y podemos aceptar a los demás, por amor  a Dios, tan incondicional y cordialmente  como nos aceptamos a nosotros mismos.  [1822­1829,1844] Jesús coloca la caridad por encima de todas las  leyes, sin abolirlas por ello, Con razón por tanto  dice san Agustín: «Ama y haz lo que quieres». Lo  que no es tan fácil como parece. Por ello la  caridad es la mayor de las virtudes, la energía  que anima a las demás y las llena de vida divina.

1821. Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf. Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf. Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, ―perseverar hasta el fin‖ (cf. Mt 10, 22; cf. Concilio de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que ―todos los hombres [...] se salven‖ (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin» (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3).

1829. La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión: «La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos» (San Agustín, In epistulam Ioannis tractatus, 10, 4).

1844. Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Es el “vínculo de la perfección” (Col 3, 14) y la forma de todas las virtudes. 

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