La caridad es la virtud por la que nosotros,
que hemos sido amados primero por Dios,
nos podemos entregar a Dios para unirnos a
él y podemos aceptar a los demás, por amor
a Dios, tan incondicional y cordialmente
como nos aceptamos a nosotros mismos.
[18221829,1844]
Jesús coloca la caridad por encima de todas las
leyes, sin abolirlas por ello, Con razón por tanto
dice san Agustín: «Ama y haz lo que quieres». Lo
que no es tan fácil como parece. Por ello la
caridad es la mayor de las virtudes, la energía
que anima a las demás y las llena de vida divina.
1821. Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por
Dios a los que le aman (cf. Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf. Mt 7,
21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de
Dios, ―perseverar hasta el fin‖ (cf. Mt 10, 22; cf. Concilio de Trento:
DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de
Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la
esperanza, la Iglesia implora que ―todos los hombres [...] se salven‖
(1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su
esposo:
«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con
cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto
dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más
mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado
con gozo y deleite que no puede tener fin» (Santa Teresa de Jesús,
Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3).
1829. La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia.
Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia;
suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es
amistad y comunión:
«La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para
conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él
reposamos» (San Agustín, In epistulam Ioannis tractatus, 10, 4).
1844. Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a
nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Es el
“vínculo de la perfección” (Col 3, 14) y la forma de todas las
virtudes.
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