miércoles, 7 de agosto de 2019

San Cleto y San Marcelino. 26 de Abril



San Anacleto o Cleto, fue el tercer Papa de la Iglesia. Algunos dicen que fue de origen ateniense, otros que romano; lo cierto es que el mismo apóstol San Pedro lo conoció en Roma y le hizo apostolado, siendo el Primer Papa quien lo bautizara y lo ordenara presbítero de la Iglesia de Roma.
Junto con Lino, Anacleto era uno de los principales discípulos y colaboradores del apóstol Pedro en el pastoreo de la Iglesia Madre de la Cristiandad. De aquel que aprendiera del mismísimo Buen Pastor a dar la vida por sus ovejas, ambos jóvenes sacerdotes iban aprendiendo también a ser buenos y santos pastores. Después de que Pedro fuera martirizado, le sucedió como obispo de Roma, Lino, quién luego de doce años a la cabeza de la Iglesia, también pagó con su sangre su fidelidad al Señor.
En estos tiempos tan difíciles para la Iglesia, la Providencia designó como segundo sucesor de San Pedro al presbítero Anacleto, quién gozaba entres sus hermanos de una merecida fama de santidad. Ya en la Sede de Pedro, se dedicó a socorrer con limosnas a los necesitados y a alentar con cartas a las cristiandades perseguidas.
El emperador Domiciano, estaba furioso por el decaimiento del culto a los dioses paganos y viendo en ello un peligro para el Imperio, desencadenó la persecución contra los causantes de esta amenaza: los cristianos, quienes por miles decidieron entregar la vida antes que renunciar a su fe.
El pastor no podía ser menos que las ovejas. San Anacleto luego de ser arrestado, sufrió  el martirio en Roma el día 26 de abril del año 90. Su cuerpo se conserva en la Iglesia de San Pedro en el Vaticano.
También hoy, la Iglesia celebra a San Marcelino, quien fuera Papa doscientos años después que San Anacleto. A este Pontífice le tocó gobernar la Iglesia en medio de la gran persecución del Emperador Diocleciano. Víctimas de la ira de este emperador fueron Sta. Lucía, Sta. Inés, Sta Bibiana, San Sebastián, San Luciano, entre otros. En todos los rincones del Imperio los cristianos eran perseguidos, expulsados del ejército y de cualquier cargo público, además de ser sus bienes confiscados o destruidos.
Pero no solo la Barca de la Iglesia era sacudida por la tempestad externa de la persecución. Al interior, la herejía donatista hacía estragos entre algunos fieles, quienes acusaron al Papa Marcelino de haber ofrecido sacrificios a los ídolos para librarse de la muerte. Obviamente la acusación era falsa, como más adelante el gran San Agustín lo confirmaría.
Marcelino dio testimonio de su amor a Jesucristo, naciendo a la eternidad en la Navidad del año 304, luego de que el certero golpe de la espada del verdugo, atravesara su cuello. Sus restos descansan en la iglesia romana de los Santos Apóstoles.

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