El egoísmo es propio de la naturaleza del hombre,
herida por el pecado original. Pero en esta época hay factores que lo agravan y fortalecen. Tal
es la idea distorsionada de libertad que reafirma el egoísmo y se manifiesta en
el “individualismo”. Individualismo que, incluso, produce beneficios
económicos, por ejemplo en una familia cada uno quiere tener sus propias cosas
desde su propia ropa, cuarto… hasta teléfono, computadora, tablet. En un
sistema consumista e individualista, este estilo de vida, por supuesto,
retribuye en términos económicos.
Ser egoísta se nota en la necesidad de soledad y el
aislamiento; conlleva a reacciones instintivas de impulsividad y agresividad.
El individualista no acepta la crítica y menos la contradicción; prefiere tener
desahogos afectivos con animales; de modo inconsciente tiende a la
“manipulación”, en los diferentes
estratos de la vida desde el ámbito familiar, las relaciones de amistad
e incluso en lo laboral.
La idea de “pocos
hijos para darles mucho” lleva a la premisa: “yo me
lo merezco todo”, acompañado de la idea de: “tú eres el mejor” , “tú debes
ser siempre el número uno”…, no se transmite el valor del servicio, la
ayuda al prójimo, la humildad, ni el dominio de sí mismo.
El egoísta protagoniza un sin número de pecados de
omisión; al pensar se justifica diciendo: <<yo no soy malo, yo no mato, no secuestro, no me meto con
nadie…>>. Se va por la vida pensando: <<yo estoy lo correcto”.
El egoísmo nos vuelve resignados y pasivos frente a
los fenómenos sociales como la corrupción y el sin sentido de la vida. El
egoísta es activo sólo si saca provecho de la situación; tornándose
apesadumbrado para algún tipo de
servicio que requiera de generosidad y apertura a los demás.
La Palabra de Dios nos dice en Fil 2, 3-4 «No
hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere
a los demás como mejores que él mismo. Ninguno busque únicamente su propio
bien, sino también el bien de los otros».
¿Qué se debe hacer para evitar o disminuir el egoísmo?
Con sinceridad reconocer que los somos, cada quien, aunque, en diferente grado
tenemos esa roña del egoísmo; conocer
nuestros límites y reconocerlos humildemente y de corazón ayuda a combatir este
mal, de modo personal.
Es preciso salir de nuestra individualidad, estar
dispuestos a servir no sólo a los que nos rodean, sino a los que necesitan realmente
de nosotros. Meditar en la vida de Cristo y particularmente en su <<Pasión>>, es fundamental. Además
de recurrir a la lectura del evangelio y a la práctica constante del sacramento de la Eucaristía y de
los sacramentos.
Jesús maestro nos asegura:
<<Si el grano de trigo al caer en
tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha>>
(Jn 12. 24).
Autor: Margarita de Jesús HMSP
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