Las exequias cristianas son un servicio de la
comunidad a sus difuntos. Acogen el duelo
de los parientes del difunto, pero son
portadoras siempre de las señales de la
Pascua. Al fin y al cabo morimos en Cristo
para celebrar con él la fiesta de la
Resurrección. [16861690]
1687. La acogida de la comunidad. El saludo de fe abre la celebración. Los
familiares del difunto son acogidos con una palabra de "consolación" (en el
sentido del Nuevo Testamento: la fuerza del Espíritu Santo en la esperanza
[cf. 1 Ts 4,18]). La comunidad orante que se reúne espera también "las
palabras de vida eterna". La muerte de un miembro de la comunidad (o el
aniversario, el séptimo o el trigésimo día) es un acontecimiento que debe
hacer superar las perspectivas de "este mundo" y atraer a los fieles, a las
verdaderas perspectivas de la fe en Cristo resucitado.
1689. El Sacrificio eucarístico. Cuando la celebración tiene lugar en la
Iglesia, la Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte
cristiana (cf. Ritual de exequias, Prenotandos, 1). La Iglesia expresa
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entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el
Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección de Cristo, pide que su
hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias y que sea admitido
a la plenitud pascual de la mesa del Reino (cf. Ritual de exequias, Primer
tipo de exequias, 56). Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles,
especialmente la familia del difunto, aprende a vivir en comunión con quien
"se durmió en el Señor", comulgando con el Cuerpo de Cristo, de quien es
miembro vivo, y orando luego por él y con él
1690. El adiós ("a Dios") al difunto es "su recomendación a Dios" por la
Iglesia. Es el "último adiós [...] por el que la comunidad cristiana despide a
uno de sus miembros antes que su cuerpo sea llevado a su sepulcro"
(cf. Ritual de exequias, Prenotandos, 10). La tradición bizantina lo expresa
con el beso de adiós al difunto:
Con este saludo final «se canta por su partida de esta vida y por su
separación, pero también porque existe una comunión y una reunión. En
efecto, una vez muertos no estamos en absoluto separados unos de otros,
pues todos recorremos el mismo camino y nos volveremos a encontrar en
un mismo lugar. No nos separaremos jamás, porque vivimos para Cristo y
ahora estamos unidos a Cristo, yendo hacia Él [...] estaremos todos juntos
en Cristo» (San Simeón de Tesalónica, De ordine sepulturae, 367).
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