Dios ha puesto en nuestro corazón un deseo
tan infinito de felicidad que nadie lo puede
saciar, sólo Dios mismo. Todas las
satisfacciones terrenas nos dan únicamente
un anticipo de la felicidad eterna. Por
encima de ellas debemos ser atraídos a Dios.
[17181719, 1725] 13
1718. Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad.
Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del
hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer:
«Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género
humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición
incluso antes de que sea plenamente enunciada» (San Agustín, De
moribus Ecclesiae catholicae, 1, 3, 4).
«¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco
la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo
vive de mi alma y mi alma vive de ti» (San Agustín, Confessiones, 10, 20,
29).
«Sólo Dios sacia» (Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum
scilicet «Credo in Deum» expositio, c. 15).
1725. Las bienaventuranzas recogen y perfeccionan las promesas de
Dios desde Abraham ordenándolas al Reino de los cielos. Responden
al deseo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre.
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